Patxi IRURZUN
DESPEDIDA DE BRRICADA

¡Barricada, Barricada, Barricaaaada!

El tercer y definitivo concierto de despedida de la banda hizo vivir una noche inolvidable, llena de recuerdos, emociones, sentimientos encontrados, ausencias... Barricada ha sido mucho más que una banda: una seña de identidad, un fenómeno sociológico, un montón de recuerdos. Toda una vida. Se va el último de los grandes grupos del rock vasco, pero nunca diremos adiós a sus canciones. ¡Agur, Barricada! ¡Gracias, Barricada!

Lo dijo Kutxi Romero (Marea): «Quien no quiere a los Barri no quiere a su madre«. Y aquellos que estaban en Anaitasuna este sábado despidiendo al grupo es evidente que han crecido amamantados por ellos, por su rock callejero. Gritaban fuerte y emocionados cada estribillo las hijas e hijos de Barricada, en este largo, triste y multitudinario adiós, y lo gritaban también por todos los que no estaban, pero tenían su corazón sobre la pista o en las gradas, por todos los seguidores del que ha sido, para bien y para mal, mucho más que un grupo.

Se abarrotó el viejo Anaitasuna, el fortín en el que Barricada ha presentado puntualmente todos sus discos; el Anaita de las mejores noches, con un grupo y un público entregados desde el minuto cero, desde antes, en realidad, porque a lo largo de todo el día los «barriqueros», muchos de ellos venidos desde lejos, se habían dejado sentir por Iruñea, por los bares, en los que se pinchaban o se coreaban las canciones de los viejos discos, en los conciertos de bandas tributo...

Antes de entrar, el ritual de las últimas cervezas, en el Boni y los otros bares de los alrededores; la reventa en las puertas del pabellón; gente que no desespera y aguarda el milagro de una entrada a última hora; las caras de felicidad y excitación en las colas... El público que se agolpaba en ellas, variopinto: cuarentones que tenían quince años cuando Barricada publicó «Noche de rock&roll», chavales que se han enganchado al grupo en los últimos años, niños de la mano de sus padres que han aprendido las canciones sentados en el alzador del coche...

La ausencia de El Drogas

Ya dieron las diez cuando el concierto, el último concierto, empezó. Al igual que en los dos anteriores, se escuchó de fondo «One more kiss, dear», canción de la banda sonora de «Blade Runner» («Un beso más, querido, un suspiro más»), mientras una pantalla gigante proyectaba un recorrido en imágenes del grupo, en el que aparecieron quienes han pasado por Barricada a lo largo de estos treinta y un años: Sergio Osés, Mikel Astrain, Fernando Coronado... Y El Drogas, claro. Fue él quien se llevó la primera ovación de la noche, y fue de él de quien se hablaba en muchos corros, quien faltaba para que una despedida imposible hubiera sido perfecta (al menos para quienes estaban abajo).

Quien no quiere a los Barri no quiere a su madre ni a su padre, y desde que el grupo comenzó a romperse hace dos años, los seguidores han sufrido con la separación dolorosa de una familia extrañamente feliz. Se ha hablado mucho, demasiado, algunos, o muy poco, otros, se ha intentado también pasar de puntillas, como si nada hubiera ocurrido, pero es evidente que la ausencia de El Drogas era uno de los temas del día y una de las espinas clavadas en estos conciertos de despedida y en el corazón del nombre del grupo. Probablemente porque, en verdad, Barricada ha sido mucho más que un grupo, un fenómeno sociológico, una seña de identidad. El Osasuna del rocanrol (su canción «Rojo», de hecho, es un himno en El Sadar), con una afición apasionada que, por lo demás, siempre ha sabido responder en los momentos que se necesitaba, en las noches de rock&roll, como las de este fin de semana.

Canciones por dentro

Con «Esta es una noche de rock&roll», precisamente, abrió fuego el grupo, y a ella siguieron «Písale», «Objetivo a rendir», «Pasión por el ruido», «Lentejuelas»... El público coreó el nombre del grupo desde las primeras canciones, y también estas, cantadas por los aficionados, permitieron respirar a las gargantas de Boni y Alfredo, a quienes además dieron aire Ibi Sagarna a la batería y Ander Izeta al bajo, los músicos que han recorrido este último tramo del camino con Barricada. «Oveja negra», Callejón sin salida», «Pon esa música de nuevo»... Los grandes temas sonaban, uno tras otro, como permitía la antipática acústica de Anaitasuna, pero eso daba lo mismo, porque, en realidad sonaban por dentro. Canciones llenas de emoción y de músculo, capaces de poner en movimiento fardos de recuerdos. Por Anaitasuna pudimos ver de reojo a antiguos amores, a los viejos amigos, incluso a aquellos que ya no están... Allá estaba Natxo Cicatriz, por ejemplo, cuando se escuchó «A toda velocidad». Barricada era el último superviviente en activo de la hornada de grupos como Hertzainak, Eskorbuto, La Polla, Kortatu... y hubo también algo de despedida a una época, a un modo de vivir la música, cuando esta era algo identitario, ritual, contestatario. Hoy parece difícil pensar que puedan surgir grupos dispuestos a romper todo con su música y su actitud, pero también cabe imaginar que la cadena sigue, se transmite, al ver este sábado a familias enteras coreando abrazados las canciones de Barricada.

Con el tramo final del concierto todo se vino abajo: «Rojo», «Animal caliente», «En blanco y negro»... Y los bises, esta vez sí: «No hay tregua», «Pídemelo otra vez», «Barrio conflictivo» (con fans y miembros del equipo haciendo los coros) y el inesperado y emotivo final de «No sé qué hacer contigo» y «La silla eléctrica». Una gran noche. Un nudo en el corazón. La convicción de que Barricada sigue dentro de todos nosotros, de que sus canciones nos acompañarán siempre y de que esto no acaba nunca, de que hay muchas más barricadas que poner.

¡Hasta siempre, Barricada!