Mikel INSAUSTI
CRíTICA: «La gran belleza»

Las decadentes crónicas romanas de Jep Gambardella

Una de las fantasías cinéfilas más recurrentes es la de pensar cómo representaría hoy en día un Fellini a la Italia decadentista. La respuesta definitiva está en «La grande bellezza», servida por el maestro actual del cine italiano. Paolo Sorrentino ha hecho otra obra para la posteridad, entre la placidez sensorial de «Las consecuencias del amor» y el ambiente nocturno tenebrista de «Il Divo». La suma de lo profano y lo sagrado sirve ahora para definir la eterna caída de Roma, como una combinación mortecina de bacanales geriátricas y vigilias vaticanas.

Para ejercer de maestro de ceremonias Toni Servillo, actor sorrentiniano por excelencia, se transforma en Jep Gambardella, personaje heredero de la mejor tradición de Mastroianni o Gassman. Jeppino, como le llama cariñosamente su editora y jefa enana mientras le sirve platos caseros en la mesa de redacción, conoce las grandezas y miserias de la crónica social. No hay fiesta o evento cultural al que no asista, a menudo también en funciones de anfitrión, ya que posee un marco privilegiado en su terraza con vistas al Coliseo.

La celebración de su 65 cumpleaños es una más, pero sobre ella pesa la cita literaria con la que se abre la película, sacada de la novela de Louis-Ferdinand Céline «Viaje al fin de la noche». Viene a expresar un estado de ánimo, relacionado con la forma en la que el tiempo queda suspendido o detenido en Roma. Gambardella lo tuvo todo a favor siendo joven, cuando su primera y única novela «El aparato humano» le abrió de par en par las puertas de la gloria creativa. Sin embargo, algo le paralizó y prefirió disfrutar de la dolce vita felliniana, convirtiéndose en cronista de sus fastos y saraos.

Perdido en medio de los bailes colectivos con coreografías aprendidas con el paso del tiempo, dentro de ese interminable trenecito o conga que avanza cadencioso a los sones berlusconianos de la Carrà, vive instantes mágicos y extasiantes que le redimen de la mediocridad.