Ramon SOLA
TRAS EL ACUERDO PARA LA CONSULTA EN CATALUNYA

Madrid renuncia a la partida porque no tiene piezas para ganarla

En su desconcierto posterior al anuncio de la pregunta y la fecha de la consulta catalana, la opinión pública española puede elegir entre un coro de voces de lo más diverso; desde los exaltados que ya no ven más solución que los tanques a los autosuficientes que propugnan no hacer ni caso, pasando por juristas que esgrimen la Constitución, otros que urgen a cambiarla, políticos que piden suspender la autonomía, editorialistas que proponen la asfixia económica, tertulianos que plantean que será Europa -u Obama o la OTAN- quien les saque del atolladero, opinadores que claman por que alguien invente algo... Se intercalan los que apuntan a la ley y la represión con los que preferirían el diálogo y la política, los que abogan por apretar y los que ven mejor soltar lastre, los optimistas y los pesimistas, los confiados y los inquietos -o directamente histéricos-, las palomas y los halcones, los fachas sin caretas y los progres en apuros. Y todo eso hace más clamorosa aún una ausencia: nadie en España parece dispuesto a jugar limpio y aceptar el resultado, asumir la consulta e intentar ganarla.

Esta renuncia palmaria no obedece a una cuestión de principios, por mucho que Rajoy se parapete tras un «es que no hay nada que negociar». Cuando está en juego algo tan grave como salvar un Estado, el único principio válido para sus defensores es sin duda ser prácticos. Cualquiera entiende que el orgullo no vale para estas coyunturas. Británicos y españoles son orgullosos. Comparten un pasado; han sido imperios mundiales. Pero su actitud ante las demandas soberanistas de Escocia y Catalunya o Euskal Herria no tiene nada ver, y esa diferencia no se puede explicar solo argumentando que los gobernantes de Madrid se han quedado clavados en otro siglo mientras los de Londres han avanzado, o que Cameron es igual de derechista que Rajoy pero más demócrata. El motivo es otro: los británicos saben que pueden ganar en Escocia, pero los españoles saben que ya no pueden ganar en Catalunya ni en Euskal Herria. No tienen futuro ilusionante que ofrecer, nada sugerente con que seducir, y resulta elocuente que ni se esfuercen en ello.

Los soberanistas, allí y aquí, acertaron al llevar a España a ese tablero. Es un jaque, sí, y Madrid acaba de descubrir que no tiene piezas, que carece de razones. Como en las partidas de ajedrez, el mate es cuestión de no despistarse, de afinar la estrategia final, y de tiempo.