Mikel INSAUSTI
CRíTICA: «12 años de esclavitud»

Cada latigazo duele en una herida que no ha cicatrizado

Estamos hartos de ver películas procedentes de Hollywood sobre el Holocausto, mientras que de su propia verguenza histórica poco parecen querer saber, porque de la esclavitud nunca nos han hablado con claridad. La versión oficial es la que dió Spielberg en «Amistad», su peor y más falsa película hasta la fecha. Para acabar de empeorar la situación va Tarantino y se sale por la tangente con «Django desencadenado», que le pilla a Spike Lee haciendo un remake de un violento thriller coreano. Ha tenido que ser un afroinglés el que, por fin, se ha atrevido a entrarle al problema sin medias tintas y llamando a las cosas por su nombre.

«12 años de esclavitud» es la película que todo el mundo comenta por su condición de máxima favorita para los Óscar, y entre tanta opinión se puede leer u oír hasta que le sobran latigazos. Yo no me he molestado en contarlos, pero desde luego no será porque otros nos hayan saturado mostrándolos antes. Desde la frivolidad mundana de la sociedad actual no se puede ni se debe juzgar esta gran realización de Steve McQueen, quien se ha ocupado de que cada latigazo duela en la mente de cuantos espectadores lo contemplan, puesto que a él, por la raza a la que pertenece, le duelen directamente.

Steve McQueen ha hecho una reconstrucción histórica seria del tipo de vida que se daba en las plantaciones del Sur a mediados del siglo XIX, sin dejar de ser fiel a un estilo cinematográfico que se basa en el realismo ambiental, y del que la violencia descrita forma parte esencial del mismo. Tampoco es cierto que sus dos primeros largometrajes fueran independientes, y este no lo sea, porque a pesar de su importante reparto ha costado apenas 20 millones de dólares.

Ocurre que «12 años de esclavitud» es una obra que crea un dilema moral en los miembros de la Academia de Hollywood, que se van a ver obligados a tenerla en cuenta, máxime en plena era presidencial de Obama. Su contenido viene a saldar una deuda de compromiso cinematográfico con el pasado, y va asociado a la calidad narrativa de un cineasta más valiente que ninguno.