Elkarrizketa
José Miguel Monzón, «Gl Gran Wyoming»
Escritor y presentador

«Si alguien salió favorecido y reforzado de la Transición, fue la derecha»

Monzón, nacido en Madrid (1955), es médico, humorista, actor, director, escritor, músico y presentador de televisión. Es más conocido por su nombre artístico, «Gran Wyoming». Actualmente presenta «El intermedio», emitido en laSexta. También fue columnista del diario «Público».

José Miguel Monzón presume de ser un ciudadano normal, pero su carisma resulta indiscutible cuando ejerce como «El Gran Wyoming», un comunicador nato erigido, a su pesar, en todo un referente para muchos ciudadanos hastiados de los desmanes autoritarios de un gobierno a la deriva. Él también lo está y ha canalizado toda su indignación en «No estamos locos», su último libro: todo un manual para saber quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos (o, por mejor decir, hacia dónde nos conducen).

Tras las últimas elecciones generales, en su programa cantó, a modo de himno, «Resistiré los años de gobierno del PP». ¿Este libro que ahora presenta es la prueba de que toda resistencia tiene un límite?

Aquella canción fue nuestra manera de responder a lo que se nos antojaba un suicidio colectivo porque, con la que estaba cayendo entonces, darle el gobierno a esta gente equivalía a entregarse al verdugo sin haber pasado por juicio. Y aunque preveíamos un futuro negro, tengo que decir que, ni en mi peor pesadilla, imaginaba que pudieran llegar a excederse tanto en el incumplimiento de las reglas del juego como lo han hecho.

«Esta derecha nuestra es cerril, inculta, intransigente y cruel», manifiesta usted en el libro...

El fin que la derecha persigue es el mismo en todos los lados, pero compartiendo objetivos hay formas y formas de lograrlos y a estos del PP las formas les parecen poco menos que un acto protocolario que si pueden ahorrárselo, pues tanto mejor. Por ejemplo, en ningún otro Estado de occidente el presidente del gobierno se permite el lujo de no dar explicaciones de nada, como ocurre aquí, donde se organizan ruedas de prensa sin posibilidad de réplica o, en el mejor de los casos, dejando que pregunten sólo aquellos que ellos deciden previamente.

¿Y esas actitudes, llamémosles chulescas, no resultan un poco reflejo de lo que somos? Los primeros capítulos del libro los dedica a desentrañar nuestras señas de identidad colectiva y su diagnóstico no resulta demasiado halagüeño que digamos.

El pueblo español ha vivido históricamente bajo el estigma de un síndrome de Estocolmo permanente que nos ha hecho adorar a aquellos que mantienen secuestrada nuestra voluntad. Recuérdese que cuando nos invadieron los franceses conseguimos echarles trayendo a un tipo, como era Fernando VII, al que los ciudadanos recibieron, con alborozo, al grito de «¡Vivan las cadenas!».

Un amigo mío dice que las dos máximas que mejor nos definen son: «¿Qué hay de lo mío?» y «¿Por qué este sí y yo no?». ¿Está de acuerdo?

Completamente. Añádase la excusa del «todos lo hacen» para justificar nuestros actos más reprobables y tendremos un cuadro bastante exacto de lo que somos como pueblo y de lo que son nuestros políticos. De hecho cuando se les cuestiona alguna acción, la evasiva más recurrente es culpar a quienes les antecedieron en el cargo, que no digo yo que obraran maravillosamente pero, ¡Oiga! si tan mal lo hicieron, ¿por qué se esfuerzan ustedes en abundar en lo mismo, sabiendo que todo lo que hagan en ese sentido sólo puede hacernos ir a peor?.

Lo que es innegable es que hay una base social amplia que compra ese discurso, prueba de ello es ese «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades» que repetimos como un mantra.

Lo curioso es que cuando alguien te dice eso y le preguntas «¿Y tú?, ¿has vivido por encima de tus posibilidades?», te contesta «no, yo no, pero conozco a mileuristas que tienen tres BMW y no sé cuántas propiedades», ante lo cual dan ganas de decirle «Mira chico, eres tonto: no solo te crees sus mentiras sino que encima te convencen para pagar la penitencia sin haber cometido el pecado y tú tan contento». Hay un grado de masoquismo preocupante en esa aceptación de los argumentos de quien te está puteando, algo que, en cierto modo, tiene que ver con una falta de posicionamiento crítico producto de no haber resuelto aún la herencia de la Guerra Civil. ¿Qué sucede entonces? Pues que nos tomamos la política como si fuera un Madrid-Barça, cada quien va con los suyos a muerte, hagan lo que hagan: ¿Que resulta que uno de tu equipo mete un gol con la mano?, pues nada, mientras ganemos, que se jodan los otros.

Tanto o más interesante que su diagnóstico de quienes somos es el de de dónde venimos, en este sentido en el libro hay una frase lapidaria: «La Transición significó una amnistía para los franquistas así como la legalización de sus fechorías».

En su momento pareció que aquella amnistía beneficiaba a quienes entonces permanecían encarcelados por delitos políticos, pero con el paso del tiempo se ha visto que eso no fue así, que si ha habido alguien que salió favorecido y reforzado de aquél proceso fue la derecha política, tanto es así que ahora mismos son los primeros en oponerse a una revisión de aquél período. Es más, se nos vende la Transición como modelo y yo me pregunto qué tiene de modélico el hecho de que el Ejército permaneciese en los cuarteles. ¿Acaso no es ese su espacio natural? ¿Encima tenemos que dar las gracias por ello?

¿Qué cuota de responsabilidad atribuye al PSOE en la perpetuación del modelo, en la legitimación del sistema?

Es asumible que en su momento la izquierda tuviera que hacer concesiones en aras de consolidar la democracia, lo que resulta del todo impresentable es que ya en democracia, en aras de perpetuarse en el poder y de obtener el apoyo de esa mayoría silenciosa que es la que pone y quita gobiernos, el PSOE hipoteque unas siglas históricas o el sentido real de la palabra socialismo, buscando consensos con la derecha más reaccionaria a través de gestos como, por ejemplo, poner a alguien como Carlos Dívar al frente del Consejo General del Poder Judicial. Ellos lo justifican diciendo que hay que tender puentes ¿Puentes con quién?, ¿con aquellos que están empeñados en destruirlos? Claro que toda acción tiene sus consecuencias.

¿Qué tipo de consecuencias?

La más grave es la desafección ciudadana hacia la democracia. El pensar que tanto unos como los otros son la misma mierda conduce a eso y, ¡Ojo!, porque cuando la democracia desaparezca, si es que desaparece ¿Quiénes nos creemos que van a gobernar? Pues los mismos que están ahora. Ya lo dijo Manuel Fraga en aquél congreso del PP en el que le dedicaron diez minutos de aplausos: «¡Nunca debemos olvidar de dónde venimos!». ¿Y de dónde venían? ¿Del bar de la esquina de tomar un pincho? Pues más bien no, oiga: del franquismo puro y duro. Claro que ellos, cuando están entre afines, lo pueden decir abiertamente pero luego tú se lo echas en cara y se mosquean, te sueltan: «A mí nadie me da lecciones de democracia»; no si ya se nota, ya, ni se las dan ni se las han dado nunca. Lo malo es que con no aceptar ellos lecciones de democracia tampoco permiten que se las ofrezcan al resto: somos el único país de Europa que no enseña en las escuelas su Historia reciente porque eso, según la derecha, supondría reabrir heridas.

Volviendo al momento actual, ¿por qué cree que están tan empeñados en erigirse en gestores de la cosa pública aquellos que reiteran su desprecio por ella?

Parece un contrasentido, ¿verdad? Yo, que me declaro ateo, no tengo ningún deseo porque me nombren obispo, bueno pues ellos que no creen en la democracia aceptan participar en el juego, ¿por qué? Pues porque para el PP el sector público representa una gran oportunidad de negocio y si no lo ves así es porque te falta iniciativa o eres tonto. La estrategia es clara: primero se hacen con el control político de una empresa pública, la hunden económicamente, proclaman su insostenibilidad y su incapacidad para asumir el déficit generado y finalmente la liquidan vendiéndola al mejor postor. Luego ya solo queda repartirse el botín, para eso ponen al frente de la empresa privatizada a amigos o a gente afín y después cuando abandonan la política consiguen un puesto en el consejo de administración de estas sociedades, ¡y a vivir! Por eso más que hablar de privatización deberíamos mejor decir incautación.

La dedicatoria del libro: «A mis detractores, por mostrarme que estoy en el buen camino», resulta toda una declaración de intenciones.

Puedo hablar con algo de perspectiva si digo que siempre ha habido un perfil de personaje que me ha resultado abominable: gente que miente, que manipula y que lo hace por interés, personas que siempre están al lado del poderoso y que, como no asumen que haya otro modelo de conducta que aquél que ellos representan, intentan denigrarte soltándote eso de que eres el «típico progre que anda forrado». Pues, personalmente, estoy muy orgulloso de que el tener dinero no haya alterado mis principios, ¿o qué pasa, que para prosperar hay que pisar a tus semejantes y, que si quieres ganar algo más, no te queda otra que rematarlos?

Hablando de semejantes, en el libro afirma que cada vez son más los ciudadanos que se acercan a usted para hacerle depositario de sus quejas, pidiéndole que se haga eco de ellas en su programa. ¿Cómo lleva eso de ser una suerte de referencia para los oprimidos?

Pues francamente mal porque la gente se dirige a mí pensando que yo tengo poder, no acaban de asumir que soy un ciudadano normal. Incluso algunos vienen y te dan el currículum de sus hijos y no terminan de creerte si les dices que tú no puedes hacer nada. Resulta muy frustrante.

El humor como lubricante

Siendo el único presentador al que han despedido de todas las cadenas, Wyoming no es partidario de nostalgias: «Hay gente que me dice `¡Joder tronco, en `El intermedio' estáis medio amariconados, nada que ver con la caña que metíais en `Caiga quien caiga' y, sin embargo, para ser honesto, yo creo que somos mucho más críticos con el poder en este programa de lo que lo éramos en CQC, pero allá cada quien con sus percepciones». Sin embargo, lo que sí admite el presentador madrileño es que la televisión ha perdido contenido y ha ido a peor en las últimas décadas: «Yo di mis primeros pasos en la tele con un programa en la segunda cadena llamado `A viva voz' donde difundíamos la música de grupos emergentes que no conocía nadie. Dime tú si eso tendría cabida hoy. En aquellos años se hacía una televisión más plural y más arriesgada».

Puestos a hacer de la necesidad virtud Wyoming justifica el formato de «El intermedio» en que «el humor es el lubricante que nos permite realizar un programa con contenido y colarlo en prime time, algo que, de otro modo sería imposible. El fin, que en nuestro caso es ejercer la crítica, justificaría los medios, es decir, la coña, los chistes...». El seguimiento del programa, en aumento, le hace sentirse a su conductor no sólo «muy arropado» sino satisfecho de haber roto el paradigma de que la audiencia no busca sustancia, sino simple evasión.

J.I.

TRANSICIÓN

«¿Qué tiene de modélico el hecho de que el Ejército permaneciese en los cuarteles? ¿Acaso no es ese su espacio natural?»