No fue el Ensemble Intercontemporain como tal el que visitó el viernes el Victoria Eugenia, sino tres de sus solistas. ¡Pero qué solistas! Dignos representantes del que es, seguramente, el conjunto de música contemporánea más prestigioso del mundo. Y lo demostraron en vertientes muy variadas. Tras una interpretación del Trío Op.114 de Brahms, de notable solvencia estilística aunque, por momentos, en detalles nimios, se traslucía que no es su repertorio central, comenzó la fiesta con tres piezas a solo en las que cada músico pudo demostrar sus capacidades casi superheroicas. Primero llego Incises de Pierre Boulez, obra convencional en su empleo del piano pero muy compleja en su riqueza contrapuntística, interpretada Sébastien Vichard a una velocidad endiablada sin comprometer lo más mínimo la claridad y el fraseo. Fue muy impactante, con momentos que rozaron lo sobrehumano.

Le llegó después el turno al clarinetista Alain Billard, con el primero de los «Time and motion studies» de Ferneyhough, que investigan aspectos como la memoria y la identidad. Nueve minutos de extraordinaria intensidad técnica y expresiva, con sonidos que oscilaban entre la respiración apenas perceptible a través de la lengüeta del instrumentos a los rugidos más salvajes que puede producir el clarinete bajo. Por último, Eric-Maria Couturier se enfrentó a una reto igualmente imponente: los 15 minutos de escritura castigadora, adamantinamente en contra de cualquier tendencia natural en la forma de tocar un violonchelo, de «A ras de los albores más tempranos» de José Luis Tora. La velada la cerró, ya con los músicos en trío, la festiva y sorprendente «666» de Lionel Bord, creación sin pretensiones de trascendencia pero magníficamente planteada y escrita, a la que el público reaccionó con inusitado entusiasmo.