Karlos Zurutuza Trípoli
El drama de la inmigración

Soñando con un viaje sin retorno

Youssef ha cruzado el desierto del Sahara con un mapa escolar de Europa doblado en el bolsillo. «¿Podría indicarme dónde está Lampedusa? Yo no la encuentro», dice este nigeriano de 28 años.

No hay vuelos directos desde Abuja -la capital de Nigeria- a Trípoli así que tuve que venir por tierra. Pagué 800 euros por un viaje de cinco días a través del desierto en la parte superior de un camión cargado de todo tipo de cosas. El conductor me dijo que me atara con una cuerda, que no se detendría si alguien se caía», relata el joven a GARA.

Sosteniendo siempre un palo que sujeta un rodillo de pintar, Youssef destaca fácilmente de entre las decenas de subsaharianos que se congregan a diario bajo el puente de Gargaresh, al sur de Trípoli. Esperan a que alguien los recoja para un día de trabajo. Las tarifas medias rondan los 20 dinares libios - unos 12 euros-, pero no se puede hablar de un estándar.

«La semana pasada trabajé durante 10 horas seguidas en una obra pero no me quisieron pagar. Cuando quise quejarme me pusieron una pistola en la cabeza y me dijeron que me fuera, o que me pegarían un tiro», recuerda Suleyman, un maliense que no ve el momento de irse de Trípoli «para siempre». «Esto no es vida para nadie. Los enfrentamientos entre las milicias son constantes y a menudo me acosan solo porque soy negro», se lamenta este joven de 23 años. «En cuanto reúna el dinero me embarco a Lampedusa antes de que sea demasiado tarde», añade.

Por el momento, el trabajo es escaso y mal remunerado y la competencia cada vez mayor. Un asiento en una de las pateras ronda los mil dólares, una suma inalcanzable para muchos aquí. Y no es el económico el único factor a tener en cuenta.

«La mayoría de los barcos dejan de salir antes de noviembre debido a las condiciones del mar pero puede que todavía tengamos alguna oportunidad más antes de que acabe el año», asegura Christian.

Según dice este nigeriano de 27 años, los recientes enfrentamientos en la capital libia y la creciente inestabilidad en el país en general están empujando a muchos a tratar de llegar a Lampedusa «a toda costa».

Durante el mandato de Muammar Gaddafi, Libia se convirtió en un centro importante de inmigrantes africanos mientras el ex gobernante pedía dinero a los países europeos para evitar una «Europa negra».

Pero desde 2011, el número de los que huyen hacia el norte ha aumentado, principalmente gracias a que la falta de seguridad permite a los contrabandistas trabajar con mayor libertad. En una exclusiva entrevista, uno de ellos aseguraba a GARA que «el Gobierno actual está demasiado ocupado para vigilar la costa debido a los niveles de violencia que sufre hoy el país. A día de hoy, nuestro principal obstáculo son las olas».

El entrevistado, que pidió permanecer en el anonimato por razones obvias, admitió ganar en torno a 20.000 euros por cada viaje con éxito a Lampedusa, a 600 kilómetros al noroeste de Trípoli. Los pagos solo se aceptan «tras poner los viajeros pie en tierra», y a través de un intermediario en Trípoli.

«Los sirios siempre llegan»

Lo cierto es que hace pocos meses la costa estaba mucho más vigilada. Imran, de 21 años, llegó desde su Cachemira natal para acabar navegando sin rumbo en un barco durante tres horas antes de ser capturado por la guardia costera. «El capitán simplemente no conocía la ruta y estuvimos navegando en círculo», recuerda este joven que pagó con tres meses de prisión su primer y único intento de llegar a Lampedusa. A pesar de las duras condiciones en el centro de detención libio, todavía afirma que tuvo suerte.

«Éramos alrededor de 50 en la misma celda pero, al menos, los guardias nunca me tocaron. Para los negros era completamente diferente. Los golpeaban y torturaban de la forma más brutal, y prácticamente a diario,» subraya. Las mujeres, añade, eran obligadas a ofrecer sexo a cambio de su liberación.

Su testimonio es corroborado por el informe de Amnistía Internacional publicado el pasado junio. En el mismo, la ONG llamaba al Gobierno libio a poner fin a la «detención arbitraria e indefinida de refugiados, solicitantes de asilo y emigrantes, incluidos niños, únicamente por propósitos de inmigración».

AI también documentó varios casos en los que los detenidos, varias mujeres entre ellos, denunciaban haber sido víctimas de palizas brutales con tuberías de agua y cables eléctricos.

«Pagué 500 dinares -300 euros-. Los botes más baratos, la mayoría gestionados por somalíes, son los que nunca llegan. La próxima vez lo intentaré con uno que fleten los sirios. Son mucho más caros pero dicen que los sirios siempre llegan a Lampedusa», explica Imran desde el hotel donde trabaja como limpiador. Elías, compañero de trabajo, admite que está considerando recientemente la posibilidad de unirse a Imran en su próximo intento. Hasta ahora, solo una cosa le ha impedido dar ese último paso: «Incluso si pagas los mil dólares por un buen barco no lo puedes ver hasta el mismo momento de salir. Y llegados a ese punto no permiten que nadie se eche atrás», explica este hombre de 28 años de Arlit, al norte de Níger. «Mi primo pasó dos semanas en una `casa de espera' hasta que el tiempo mejoró. Finalmente logró llegar a Europa pero no todo el mundo tiene suerte».

De vuelta bajo el puente de Gargaresh, Youssef sigue esperando un trabajo que le permita costear su billete a esa isla que acaba de señalar con un bolígrafo en su mapa. Es plenamente consciente de que el viaje a ese punto diminuto podría ser «de ida y vuelta». «A menudo encuentro cadáveres atrapados en mis redes», admite Abdala Gheryani desde el pequeño puerto pesquero de Gargaresh, a apenas doscientos metros del puente.