Iñaki URDANIBIA
NARRATIVA

Un grand zazou

Decir Boris Vian es decir rebeldía, insumisión, intempestividad, irreverencia, elogio de la inmadurez, y a la vez, un amplio abanico de actividades artísticas, a las que optó abandonando su oficio de ingeniero, actividades que se plasmaron en una vida breve pero intensa, veloz en la que la trompeta o la guidouille -instrumento patafísico par excellence-, convivía con la escritura (con su propio nombre o con su seudónimo tras el que ocultaba la autoría de sus novelas negras, tal vez mejor decir negrísimas), y con las diferentes espumas que levantaba en los ambientes germanoprantines.

Como perejil de todas las salsas repartía su siempre sorprendente presencia, con aires cercanos al happening permanente; baste recordar sus espectaculares bagnoles. Rozando, mas siempre a su bola, los entornos oulipianos de Raymond Queneau et compagnie, o existencialistas de Jean-Sol Partre (como nombraba al compañero de Simone de Beauvoir en «La espuma de los días»); en este creativo personaje se entrecruzaban el surrealismo, lo dadá y si se me apura... un situacionismo avant la lettre. Una imaginación desbordante, una capacidad de provocación proverbial que hacía que pareciese -por sus actuaciones discordantes con la roma normalidad de la sociedad bienpensante- que contradiciendo la letra de una de sus célebres canciones...había venido aquí para hacerse cabrear, y para cabrear a los otros... y sino que se lo preguntasen a monsieur le Président en aquella carta-canción que le dirigió declarando su insumisión a participar en el ejército y más en concreto en la guerra colonialista en la que entonces estaba implicado su país en Indochina.

Este joven pasota (zazou), amaba la verdad y no le achantaba la gresca que su defensa pudiera provocar, y así hasta su muerte fue significativa con respecto a su ajetreada vida . El 23 de junio de 1959, invitado a asistir a la primera proyección privada de la película basada en su novela «Escupiré sobre vuestra tumba», acude, a regañadientes debido a los desacuerdos con el director del film, al cine Le Petit Marbeuf. A los diez minutos de proyección... un sincope le va a llevar a la tumba. No parece que le diese tiempo para experimentar lo que deseaba: «no querría palmarla / antes de haber probado / el sabor de la muerte».

Sin duda, en la obra de Boris Vian hay un descarnado humor negro, un ritmo jazz a tope (puro swing), que va desgranando críticas y carcajadas ante el espectáculo de la estupidez social, en un mundo en el que los objetos cobran vida y protagonismo, en el que los animales se convierten en testigos privilegiados de lo que sucede (los ratones de «La espuma de los días»), adoptan comportamientos humanos (cabras y cerdos haciendo auto-stop en «El arrancacorazones»), entregando escenas propias de dibujos animados y del disloque propio de los cómics. También asoman extraños instrumentos como aquella coctelera-piano de una de sus más logradas novelas, o el arrancacorazones con el que se atenta contra el gurú existencialista Jean-Paul Sartre, en la misma novela; o también la máquina del tiempo ideada por Wolf en «La hierba roja», y hasta países inventados: la Exopotamia de «El otoño en Pekín», en el que tanto el nombre de la ciudad como la estación meteorológica nombrados son innecesarios e irrelevantes. En Vian todo es posible ya que «la historia es completamente verdadera, porque me la he inventado de cabo a rabo».

Ahora en el apropiado género, con respecto a su plural y variopinto quehacer, del cómic, nos es presentada una vida en imágenes de este poeta rebelde. El guión de Hervé Bourhis y los dibujos de Christian Calilleaux entregan una ajustada, y colorida , imagen, de los vericuetos existenciales de este singular personaje...de los que he tratado de trazar algunas someras pinceladas. Animado acercamiento a la figura de este ser hors série.