Hasta el propio Nelson Mandela quería que Morgan Freeman protagonizase su biopic, pero finalmente el actor afroamericano se decantó por el proyecto colateral de Clint Eastwood «Invictus». En «Mandela: Long walk to freedom» le sustituye el afroinglés Idris Elba, quien consigue hacer olvidar al primer candidato al papel con una interpretación totalmente distinta de la que aquel habría hecho. La apuesta Freeman se basaba en el parecido físico, mientras que la solución Elba es la contraria, al buscar la introspección en el personaje a través de su acento, de su voz y de sus gestos.

Por una vez, y sin que sirva de precedente, el título para la versión doblada no anda desencaminado. «Mandela: Del mito al hombre» parece hacer especial referencia a la particular caracterización de Idris Elba, porque lleva al espectador a olvidarse de la imagen pública de Madiba, para en su lugar conocer al individuo así llamado por dentro.

Pero no sería justo centrar todo el mérito de la película exclusivamente en su actor principal y olvidarse de Naomie Harris, que está igualmente convincente como Winnie Mandela. Además de la química necesaria en toda pareja histórica, ambos conducen la tensión interna del relato y del pertinente debate entre el pensamiento y la acción. La relación entre el abogado y la trabajadora social muestra una evolución dentro del CNA, con ella volviéndose más radical, a pesar de la mayor brevedad de su paso por prisión.

El distanciamiento de postura es directamente proporcional al alejamiento físico, en la medida en que su comunicación ha de salvar no pocos obstáculos en plena política del apartheid. Sin ellos dos la película no se sostiene, dada la dependencia dramática de su trabajo estelar, que es el que le dota de fuerza. Por lo demás sería un producto conciliador, premiado en los Globos de Oro a la Mejor Canción Original para «Ordinary love» de U-2. El guión y la realización se limitan a acompañar esa corrección.