EDITORIALA
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Egipto, en estado de excepción permanente

Mientras los enfrentamientos entre militantes y partidarios de los Hermanos Musulmanes y la Policía se suceden con una cadencia obsce- na y dejan varios fallecidos en cada jornada, El Cairo fue ayer escenario de cuatro explosiones que causaron la muerte a seis personas y decenas de heridos. El atentado más relevante, por el objetivo elegido, el modus operandi y el número de víctimas causadas fue el cometido contra el Directorio de Seguridad, en pleno centro de la capital egipcia, donde un kamikaze hizo estallar el coche bomba que conducía y acabó con su vida y la de otras cuatro personas.

La responsabildad del atentado contra la sede de los Servicios de Seguridad del Estado la ha asumido un grupo yihadista con base en la península del Sinaí, donde en los últimos meses se han registrado varias acciones armadas y una ofensiva por parte del Ejército. Está por ver si se confirma la autoría, pero lo cierto es que nada más producirse la explosión, en las calles cairotas arreciaron los mensajes en contra del depuesto presidente Morsi y su hermandad, contra cuyos miembros exigieron más mano dura quienes se acercaron al lugar de los hechos, cercano a la Biblioteca Nacional.

Lo cierto es que estas acciones cruentas refuerzan al Ejército, que se arroga el papel de garante de la seguridad y que es quien mejor se maneja en el estado de excepción permanente que sufre la sociedad egipcia. Que los atentados se produjeran la víspera del aniversario de la revolución que derrocó a Hosni Mubarak también le viene de perlas a los golpistas para que el recuerdo de las movilizaciones de Tahrir sea más liviano, igual que el eco de las demandas que se hicieron entonces. Quienes hace tres años salieron a la calle en contra de la dictadura y en favor de la democracia ven entre desolados y resignados cómo los compañeros de armas del raïs ejercen de dignos sucesores y que la simbólica plaza, cuando se llena, lo hace para aclamarlos.