Yo no sacaría conclusiones precipitadas sobre que la novela decimonónica de Henry James ha aguantado muy bien el paso del tiempo, o que el abandono de la infancia por parte de los adultos es un problema que no ha cambiado en más de un siglo. Quiero pensar que la pareja de cineastas formada por Scott McGehee y David Siegel han hecho un magistral trabajo actualizador, sabiendo poner al día un texto al que han vaciado de cualquier intención moralizante original.

Eso, y que han encontrado en Onata Aprile a una actriz infantil única, cuya precocidad encaja a la perfección con el personaje de Maisie. No es fácil para una niña de apenas seis años interpretar a alguien que, a pesar de su corta edad, comprende lo que está ocurriendo a su alrededor. La niña sufre todavía más las consecuencias de la irresponsabilidad paterna, al tener que asumir el abandono del que es objeto por parte de los adultos, siendo plenamente consciente de la situación que le ha tocado vivir.

Onata Aprile deja en evidencia a cuantos cuestionan la capacidad infantil para recibir premios interpretativos de cine, con un desempeño melodramático tan controlado, que ya lo quisieran para sí muchos profesionales mayores. La única y sobrecogedora escena en la que llora sobreviene cuando la pequeña ya no puede más, después de haber pasado de mano en mano, sin nadie verdaderamente encargado de su cuidado, en ausencia de los padres. Hasta ese momento ella lo aguanta todo pacientemente, pues es un ser lleno de amor hacia los demás, que da mucho más de lo que recibe.

Quienes interactúan con ella bastante tienen con cumplir, si bien la conexión que logra con los jóvenes Alexander Skarsgard y Joanna Vanderham es mejor que la que soporta con Julianne Moore y Steve Coogan, obligados a cargar con unos cometidos muy ingratos. Ella, como la rockera narcisista que siempre está de gira, y él, como el inglés que vive en los EEUU pegado al teléfono.