CARLOS GIL
ANALISTA CULTURAL

Puntuaciones

No hagamos un decálogo, ni un recetario ético. Pero mucho menos un discurso calificativo. Ni historicismo renuente, ni dotación, ni puntuación indicativa.

Estrellas, puños cerrados con el pulgar hacia arriba, puntuaciones subjetivas para calificar obras de arte. O productos culturales. Signos de una degeneración. Un juicio crítico no debe ser cuantitativo, ni totalizador, sino reflexivo, dialéctico, penetrante, que llegue hasta el fondo, que supure por los laterales, que toque la fibra y que se comprometa con lo criticado. Desde la impresión, el raciocinio, la experiencia o la ciencia infusa, pero respetuoso y olvidando tanto el yo como la medición y valoración al peso.

Un día puede ser un catálogo de centros de mesa de una floristería, otro una exposición de fotografías de herramientas para abrir latas de conservas, al siguiente un discurso metodista para reivindicar las hostias de galleta de sésamo. No hagamos un decálogo, ni un recetario ético. Pero mucho menos un concurso calificativo. Ni historicismo renuente, ni dotación, ni puntuación indicativa. Valoraciones técnicas, de forma y fondo, sin explicar el poema y sin querer dirigir a posteriori la obra. Una tarea luminosa de esclarecimiento, piezas bien escritas que tenga valor por sí mismas, que no necesite de más adverbios que los imprescindibles y que no descubra cada semana la mejor cantante de jazz, ni el mejor coreógrafo de la historia.

Así me imagino un mundo ideal en donde la libertad de expresión se puede expresar con total libertad. En donde se habla con propiedad, conocimiento y a caballo entre el pensamiento y el sentimiento. Sin retruécanos ni exhibicionismos. Disintiendo con la misma admiración por el trabajo que en los aplausos cerrados. Eso que es posible si se deja madurar la opinión en los condimentos y tiempo adecuados.