MIKEL INSAUSTI
CRíTICA: «Cuando todo está perdido»

La navegación en solitario llevada al límite (II)

ARobert Redford no se le puede poner ningún pero en su interpretación, que es puramente física, y por lo tanto le ha exigido tener que demostrar que se mantiene en buena forma para su edad. Los problemas vienen de la propia naturaleza incierta de su personaje, del que no se ofrece ninguna información paralela o complementaria a su odisea oceánica en solitario. El actor lo trabaja a partir de la nada más absoluta, desconocimiento que lleva a cuestionarse la razón última de su aventura extrema: ¿Hay algún tipo de necesidad vital oculta para que los deportistas veteranos pongan en peligro su vida forzando los límites de la resistencia humana?

Asimismo me cabe la duda sobre cómo ha sido dirigido Redford por el aún inexperto J.C. Chandor, cuyo planteamiento de película muda resulta demasiado radical. Está bien que se haya decantado por el cine contemplativo, sin diálogos, pero no hay ser humano que permanezca en absoluto silencio estando sometido a situaciones de máximo estrés. Por eso se hace raro, incluso antinatural, que al actor se le escape un «¡maldición!» como única expresión desesperada en todo el metraje. De ser así, el personaje solitario ha de tener algún problema para verbalizar sus emociones, porque por lo demás no se entiende su monacal mutismo. Su voz se escucha al hablar por radio lanzando un mensaje de socorro, junto con una locución en off que no queda muy clara en la introducción, para repetirse en el ambiguo epílogo.

Hacer cine experimental dentro de la industria de Hollywood es mucho más difícil que hacerlo fuera, por más que te muevas con un presupuesto independiente de nueve millones de dólares. Chandor alcanza unos niveles de observación rara vez vistos en el cine comercial, pero esa ejemplar dedicación al detalle naufraga sin la debida dramatización que le dé el soporte narrativo necesario. El desarrollo se reduce a una sistemática aplicación de la Ley de Murphy, según la cual si algo puede salir mal saldrá mal. Al navegante solitario todo se le pone en contra, en un tour de force imposible contra el destino.