Es hora de romper 38 años de silencio
El 6 febrero, las Abuelas de Plaza de Mayo anunciaron el hallazgo del nieto número 110. Se trata, en este caso, de la hija de la pareja compuesta por Oscar Rómulo Gutiérrez y Liliana Isabel Acuña, desaparecidos el 26 de agosto de 1976. Ella estaba embarazada de cinco meses. En el mismo operativo, secuestraron a la hermana de Liliana, Elba Eva Acuña, y a su esposo, Hugo Alberto Saez. Desde entonces, toda la familia permanece desaparecida.
La pasada semana, durante una entrevista en televisión, la popular actriz argentina Haydee Padilla confesó sin saber que el micrófono estaba abierto que adoptó a su hija de 38 años al margen de los cauces legales y que «nunca» quiso indagar sobre la posibilidad de que sus padres biológicos fueran detenidos-desaparecidos durante la dictadura. Ante el impacto que tuvo esta involuntaria confesión, Padilla aseguró que, de ningún modo, podría ser hija de desaparecidos y que, en todo caso, está dispuesta a someterse a exámenes genéticos para cotejar su ADN con las muestras de familiares de desaparecidos.
Sean cuales sean los resultados de esta investigación, este hecho ha vuelto a situar en primer plano la deuda para con estas abuelas, más aún cuando se acaban de cumplir 38 años del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
A pesar de estas casi cuatro décadas y de las políticas adoptadas en materia de derechos humanos por el matrimonio Kirchner al frente del Gobierno argentino, «todo sigue siendo una gran incógnita. El silencio continúa hasta nuestros días. Jamás ha venido alguien de las Fuerzas Armadas o de seguridad a decirnos: tengo un niño o niña que es de ustedes», lamenta la presidenta de Abuelas, Estela de Carlotto.
Desenredar esta maraña de silencios y mentiras no es fácil, pero tampoco imposible si aquellos que fueron partícipes -desde militares hasta jueces, miembros de instituciones religiosas y civiles- o que, simplemente, tienen alguna sospecha asumen ese pedacito de responsabilidad y se acercan a estas abuelas, que llevan 38 años esperando a esas «gargantas profundas». Una espera demasiado larga e inhumana.

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