Iñaki URDANIBIA
NARRATIVA

El infierno en Polonia

Bajo los azulejos del campo de la muerte de nombre Auschwitz se hallaron años después de su cierre, tras la liberación del campo en enero de 1945, algunos testimonios escondidos por miembros de los sonderkommandos, siniestra y cruel organización puesta en pie por los nacional-socialistas que incluía a judíos que debían encargarse de dar la acogida al campo a sus correligionarios, invitarles a dejar a un lado sus pertenencias y desnudarse para ir a la ducha de la que salía gas Zyklon B, en vez de la debida y esperada, agua. En aquellos papeles podía leerse el claro propósito de «sabed lo que ha sucedido, no olvidéis y, al mismo tiempo, jamás llegaréis a comprenderlo» (hay un magnífico trabajo de Didi-Huberman al respecto, amén del terrible testimonio de Sholomo Venecia, por ejemplo).

Auschwitz, Belzec, Chelmo, Mjadanek, Sobbior, Treblinka fueron los campos de la muerte que los nacional-socialistas construyeron en tierras polacas cuando estas fueron invadidas. Eran verdaderas «fábricas de la muerte» que dijese Hannah Arendt, y como tal funcionaban con sus cámaras de gas, dispuestas para acabar con los judíos, cuerpo enfermo dentro del organismo sano de los arios en la higienista visión de los epígonos de Hitler.

La necesidad de testimoniar tomó cuerpo de la mano de algunos de los primeros deportados que habían sobrevivido al desastre: Primo Levi, Robert Antelme, David Rousset, y... no sigo. El libro que traigo a esta página es sin lugar a dudas uno de los testimonios más potentes y completos que sobre lo sucedido se ha escrito. La travesía del horror narrada es completa y se extiende desde el transporte en abarrotados vagones de ganado, a la llegada al campo con la selección entre hombres y mujeres y entre útiles para el trabajo y los considerados inútiles, para seguir con la distribución de funciones, hasta el conocimiento detallado de las mil y un perrerías a que eran sometidos los reclusos en aquel infame proceso de deshumanización, en aquel demencial día a día, organizado con una «locura geométrica» por emplear la oximorónica expresión de Primo Levi. Enfermedad, castigo, barracones hacinados, hambre, insultos, frío... Todas las maldades imaginables, y por imaginar, a que unos hombres sometieron a otros, a los que consideraban como meros parásitos a exterminar.

Como ya se observa desde el propio título el escenario es el último de los campos nombrados al que fue a parar, en octubre de 1942, desde su Lodz natal, Chil Rajchman, junto a su hermana, que corrió peor suerte que él, ya que fue gaseada al llegar a aquella sucursal del infierno. A él se le encomendó la misión de rapar a las mujeres que iban a ser gaseadas y posteriormente rastrear entre los amontonados cadáveres para reunir objetos de valor (muy en especial, dientes de oro). Tras casi un año de estancia, y con motivo de la confusión originada por un motín de los detenidos, Rajchman logró huir, en agosto de 1943, y mientras escapaba escribió, en yidish, estas escalofriantes líneas que permanecieron escondidas hasta después de la muerte de su autor, en 2004, y que ahora oportunamente se publican.

Por si lo relatado no fuera suficiente, sirve de epílogo al libro el informe que el entonces oficial del ejército rojo, Vassili Grossman, escribiese sur place al llegar a liberar el campo nombrado, informe encargado por el CC del PCUS a él y a Ilya Ehrenburg, que se publicó años después bajo el significativo nombre de «Libro negro», y en el que se recogían todas las tropelías cometidas con los judíos por los invasores germanos.

Obra de las que apuntan hacia el horizonte de «nunca más», sin que esto haya de servir de justificación a políticas de agresión o como apoyo ético a un orden occidental, «el mejor de los mundos posibles», que perpetúa la opresión y la injusticia, obviando la lucha contra las distintas formas de xenofobia y de exclusión de nuestro hoy.