EÑAUT BARANDIARAN
BALOIBATENATZETIK. WORDPRESS.COM
RUGIDOS ROJIBLANCOS

Autos locos

Cuanto más cerca se está del objetivo, mayor es el miedo a perderlo, el vértigo a no alcanzar aquello que se acaricia con los dedos. El Athletic comenzó la temporada con el objetivo primigenio de recuperar su equilibrio emocional tras un año plagado de crisis de pánico tanto a nivel deportivo como institucional, víctima de algunos demonios propios y otros creados artificialmente por quienes veían un peligro para la entidad, pero sobre todo para su propia mediocridad y escaso espíritu de auto exigencia, en la bendita locura de Marcelo Bielsa.

Tras la revolución, la junta directiva decidió apostar por una suerte de socialdemocracia comandada por Ernesto Valverde, buen conocedor y conocido de la casa. Hubo reacciones de todo tipo, desde los que respiraron aliviados, pasando por quienes se mantuvieron a la expectativa de ver qué podía ofrecer la segunda etapa de un técnico que había dejado un buen sabor de boca, y no faltaron viudos de Bielsa que temieron ver a nuestro Athletic guerrillero convertido en una especie de PSOE futbolístico. Si a todo ello se le añade el hecho de que la entidad de las salidas de las últimas temporadas -Javi Martínez, Llorente, Amorebieta- era mucho mayor que la de las entradas -exceptuando, paradójicamente, la de Beñat- nada hacía presagiar que el Athletic pudiera encontrarse a estas alturas comandando una carrera de autos locos por conseguir la ansiada plaza de la previa de Champions League.

Pese a que Bielsa había reconducido a la senda de la grandeza a un club abonado a la mediocridad, por haber interiorizado el mensaje de que su filosofía era más una rémora romanticona que una convicción competitiva, era necesario, en primer lugar, observar cómo sanaban las heridas de dos años maravillosamente convulsos en un gremio de epidermis tan variable, a veces tan fina y otras de acero armado, como la de los jugadores.

La respuesta, a falta de siete jornadas, se sustancia en una cuarta posición que domina con holgura desde hace meses; conoció el equipo un periodo de expansión que le sirvió para estabilizar la diferencia siempre por encima de los seis puntos, y vive ahora una fase de contracción producto de que la carretera cada vez es más angosta y peligrosa, todo el mundo está dispuesto a arriesgar hasta en las curvas más enrevesadas, y la meta asoma ya como una realidad tangible y no como una entelequia difícil hasta de visualizar.

Llegada la hora de la verdad, el equipo parece cansado, exigido y a ratos hasta abrumado. Eso pudiera parecer la mala noticia, pero la buena es que los demás están parecidos.

Hasta el Sevilla, que algunos pájaros de mal agüero nos han querido vender como el Milan de Sacchi, ha sido capaz de encadenar seis victorias seguidas y no reducir la distancia a menos de dos partidos. Utilizando la jerga al uso, al Athletic le quedan siete finales, pero se puede permitir el lujo de perder hasta dos, y eso suponiendo que sus rivales, tan justos de fuerza, gasolina y recursos como ellos, hagan pleno de victorias.

A estas alturas de la carrera, ganar o perder está en las botas de unos jugadores que han sido capaces, en menos de medio lustro, de pasar del blanco al negro sin mezclar paletas de colores. Esta temporada les toca desempatar. Y no veo motivo para desconfiar de ellos.