Oihane LARRETXEA
Elkarrizketa
IÑAKI OLAIZOLA
Doctor en antropología

«Somos una sociedad que vivimos bien pero que morimos mal»

Doctor en Antropología, Iñaki Olaizola (Donostia, 1944) aborda el tema de la muerte desde un prisma abierto, planteando debates muy interesantes. El ser humano, sus comportamientos y sus porqués no son su única pasión; de hecho, también se doctoró en la especialidad de Ingeniería Naval. Hoy participa en las jornadas que Osasungoa Euskalduntzeko Erakundea (OEE) celebra en Donostia.

Usted habla de la muerte tradicional y la muerte biográfica. ¿Podría explicar en qué se diferencian?

El proceso de morir es un proceso cultural y, como tal, está sometido a cambios históricos. Una clasificación, aunque las clasificaciones siempre son reduccionistas, puede servir para distinguir el proceso de morir, no el acto de morir, que son dos cosas diferentes.

El modelo tradicional, basado en la religión católica, es el que ha estado vigente hasta los años 60; a partir de entonces se establece otro modelo, el biográfico, que asume las características personales de la propia vida de la persona. Este modelo se ampara en otras premisas, como la autonomía y la idea de que somos dueños de nuestra vida.

En el modelo tradicional tenemos la vida en usufructo y es Dios el que decide, mientras que en el modelo biográfico somos el titular de nuestra vida.

¿Qué le ha hecho llegar a esta conclusión?

Cada vez más personas están interesadas en gestionar su propio proceso de morir, construirlo. Para analizar ese proceso y no remitirnos exclusivamente al momento de la defunción, distingo tres etapas: el periodo de la enfermedad y la dependencia, la conciencia de una muerte a corto plazo, y el ritual funerario. En cada una de estas etapas surgen reflexiones y se toman decisiones.

El alargamiento de la esperanza de vida genera nuevos fenómenos desde la perspectiva pública y privada. El hecho de que vivamos más años genera también unas necesidades de compromiso y asistencia social que algunas sociedades se lo permiten, lo priorizan; otras no. Desde el punto de vista privado, sorprende comprobar que no todo son ventajas. En mi trabajo de campo he topado con personas que no quieren un alargamiento de la vida si resulta que nadie les puede cuidar.

¿Qué hay de la dependencia?

Que junto a la demencia, el dolor y la soledad, nos preocupa más que la propia muerte. En la actualidad, respecto a la calidad de vida y el sentido de la vida, hay personas que se preocupan por poner unos umbrales, piden unos mínimos. Para ellos vivir por debajo de esos límites no es deseable. Vivir es algo más que estar vivo.

La muerte se vive de forma personal; sin embargo, asegura que coincidimos en las características que quisiéramos para nuestra defunción.

Efectivamente. Todo el mundo tiene su ideal de vida, pero la otra cara de la moneda está en proceso de construcción. Los criterios básicamente son: morir sin dolor, sin darse cuenta, de una forma no violenta, rodeado de la familia y amistades, en la vejez y sin suponer una carga. Esto lo dicen sobre todo las mujeres, en referencia a sus hijas; no quieren que pasen por el calvario que han pasado ellas. Somos una sociedad que vivimos bien y morimos mal.

Sostiene que vivimos bien pero que morimos mal. ¿Por qué ?

Porque la calidad de la muerte es claramente mejorable. La mayoría de las personas a las que he preguntado sobre el fallecimiento más cercano que han vivido me ha dicho que a su ser querido «le han sobrado días o, incluso, años». Porque la calidad de vida, la dignidad en la muerte no es solo morir sin dolor -¡es que faltaría más!-. Eso no es suficiente; morir con dignidad es morir de acuerdo a tus convicciones, tus valores, y no bajo la influencia de terceras personas.

En su ponencia abordará el rol de la mujer como cuidadora. ¿Ellos no cuidan de los demás?

La mujer es quien ejerce y, desde esa experiencia, ellas mismas expresan el deseo de «no incordiar»; se niegan a ser una carga en el futuro.

Los hombres, cuando cuidamos, cuidamos a quién queremos y cuándo queremos. Las mujeres, por contra, cuidan de una forma esclava, sacrificada, amparándonos en un principio absolutamente falso, el de la naturalización. Es mentira que ellas estén más preparadas para cuidar.

Hay que optimizar el interés de la persona, pero también el de la cuidadora. La mujer dedica años de su propia vida a ello. Aquí surge un debate entre la obligación a cuidar y el derecho a ser cuidados.

La externalización de los cuidados es totalmente lícita, no hay que avergonzarse de llevar al aita o a la ama a una residencia. Sencillamente, hacerlo en casa a veces es imposible, y eso no quiere decir que los abandonamos. Los cuidados afectivos y emocionales sí conciernen a la familia.

«No quiero vivir más». ¿Estamos preparados para escuchar algo así?

El debate en torno a la eutanasia se basa en dos derechos. El primero, si existe el derecho a morir. Y no matizo si es o no por enfermedad. La pregunta es: ¿las personas tenemos derecho a morir cuando queremos? El otro es si existe el derecho a morir dignamente. Aquí haría un paréntesis. ¿Qué es eso de morir con dignidad? ¡Claro que hay que morir con dignidad! Pero hay que vivir con dignidad.

En base a estas dos actitudes surgen distintas categorías de eutanasia, suicidio asistido... Un 80% de la población coincide en señalar que hay que ayudar a la persona que está sufriendo. Hay consenso en que la eutanasia es un valor deseado cuando la persona está terminal.

Sin embargo, respecto al derecho a morir, hay rechazo, y el deseo manifestado de morir no se considera suficiente para que la sociedad te ayude.