Iñaki URDANIBIA
NARRATIVA

Acerca de los límites borrosos

Cualquiera que se haya acercado a la literatura «concentracionaria», relacionada con los campos de concentración y muerte nacionalsocialistas, se habrá topado con la expresión «zona gris» que acuñara el escritor superviviente italiano, quien se detenía en tal conceptualización en el libro que publicó tras su visita a Auschwitz cuarenta años después de haber salido de él, «Los hundidos y los salvados»; esa banda de contornos mal definidos y borrosos que «separa y une a la vez a los verdugos y las víctimas» ha servido para interpretaciones variadas: desde quienes casi justifican comportamientos infumables bajo la coletilla de «qué hubiese hecho usted en mi lugar» (Jonathan Littell) a ciertas teorizaciones pretendidamente etológicas y experimentales (Stanley Milgram) que vienen a subrayar la tendencia la conservación y a la supervivencia que guía inevitablemente el comportamiento de los animales y cómo no los humanos, hasta otras posturas más matizadas y peliagudas como las del filósofo italiano Giorgio Agamben, pongamos por caso.

Un sueño recurrente asaltaba a Levi-según repetía- en el que tras la supuesta salida del campo reunidos en torno a una mesa, su hermana se levantaba y se iba como si no quisiera escuchar sus historias o como si no se las creyese; sueño recurrente en el autor de «Si esto es un hombre» y en otros que vivieron la misma experiencia. Unido a lo anterior estaba la idea de que quien había sobrevivido a aquel infierno era debido a algún favor recibido o a haberse aprovechado de algún otro; idea que conllevaba una honda culpabilidad y cierta duda acerca del valor del testimonio realizado, ya que quien realmente había llegado hasta el fondo -hasta ver los ojos de la Gorgona- era quien realmente había sufrido la experiencia y , en consecuencia, le correspondía el deber de ser el verdadero testigo...cosa imposible ya que había muerto tras deambular como un auténtico musulmán por los campos ( nada que ver, desde luego, con las posturas negacionistas del falsario Faurisson que venía a decir que si eran campos de la muerte y alguien decía haber estado allí o bien mentía o bien tales campos no eran de la muerte; falacia denunciada por Veyne, Lyotard o Vidal-Naquet, entre otros). Esa inquietante tendencia a la acomodación y a la colaboración, hacía que se lograsen ciertos privilegios, tristes y desasosegantes en muchos casos, como podían recibir los componentes de los sonderkommandos, los kapos o los prominenten (de los tan traídos y llevados jerifaltes de los consejos judíos, hablamos otro día).

El libro que ahora se publica tiene un grandísimo interés con respecto al tema del que hablo ya que presenta una extensa entrevista con Levi, realizada en 1983, es decir, cuatro años antes de su suicidio y dos antes de su última visita a Auschwitz que antes he mencionado. Afirmaba el italiano que «los monstruos existen, pero son muy poco numerosos para resultar verdaderamente peligrosos; los que son más peligrosos son los hombres normales», con lo que daba a entender que la zanja entre bestias y humanos que a veces se trazaba era pura simplificación ya que la complejidad del tema residía precisamente en la pertenencia de ambos bandos a la especie humana, gustase o no; aspecto en el coincidía también con Robert Antelme y baste ver el hincapié que el propio título de sus obras pone en ello. Este espacio impreciso está lejos de las diferenciaciones claras y distintas, por hablar en cartesiano, y más cerca de la mezcla, de la amalgama-término de origen químico como la profesión de Levi- que de la fijación de la verdad (de la culpa, de la responsabilidad) de una vez por todas... El ser humano capaz de lo mejor y de lo peor.

Las derivas sobre el tema son complementadas con tres sabrosos ensayos del historiador Carlo Ginzburg y de los entrevistadores Federico Cereja y Anna Bravo, que incitan a pensar y repensar este agujero negro de la historiografía de los campos.