Fede de los Ríos
JO PUNTUA

La muerte como protocolo

El «protocolo» viene a sustituir la «obediencia debida» apelada por los nazis con grandes ventajas. Al no ser nunca causa del mal causado deviene en una causa sin responsabilidad en los efectos ni en las consecuencias

Según los informes policiales, el pasado miércoles dos hombres, en distintas localidades de Catalunya, murieron al ser reducidos por agentes policiales. El verbo reducir, aparte de de ser un verbo irregular, tiene multitud de acepciones. Aquí la que nos ocupa hace referencia al sometimiento a obediencia y al parecer la forzada obediencia a la policía últimamente, de manera demasiado habitual y extraña, conduce a los sujetos sojuzgados a la muerte. No es que los policías los maten, pues ellos se limitan a cumplir con el protocolo de actuación, es que se mueren solos. Así lo afirman los representantes sindicales de los mossos d'esquadra de los sindicatos de clase UGT y CCOO: «el protocolo se ha seguido al pie de la letra, si se han producido las dos muertes, es por una fatalidad» (fatalidad, del latín fatum, ananké en griego, se entiende como un suceso inevitable relacionado con el hado o destino). O que van ciegos de droga (los ciudadanos a reducir, se entiende, no los agentes de la autoridad) y les da el pampurrio como al del rabal barcelonés que murió a pesar de estar atendido protocolariamente por ocho agentes ocho. Una fatalidad auténticamente fatal.

Claro que «protocolo» es una derivación del griego, protos (primero) y kollom (pegar) y se refiere a la primera hoja de un escrito pegada con engrudo en la que se marcaban las instrucciones. Pero las mentes cultivadas en gimnasios no destacan por ser analíticas, no retienen lo accesorio de las oraciones subordinadas y se ven más inclinadas a la síntesis, quedándose con lo principal del protocolo: «primero pegar».

Hace unos días, la aplicación del protocolo en la valla, que separa la colonia española de Ceuta de Marruecos, por parte del benemérito cuerpo de la Guardia Civil dio como resultado que a quince personas les diera por morirse durante su aplicación.

Protocolos fueron los aplicados a manifestantes y periodistas estos días en las calles de Madrid, con resultados óptimos, si exceptuamos la fatalidad de los heridos y los contusionados.

El protocolo policial no es algo de nueva adquisición, viene de antaño. Sin ir más lejos, estos días una magistrada argentina quiere juzgar, entre otros, al excapitán de la Guardia Civil Jesús Muñecas por la aplicación del protocolo en los cuerpos de varios detenidos hace ya algunos años, y eso que, a pesar de aplicárselo durante días, parece ser que a él no se le murió ninguno.

Iñigo Cabacas murió durante una correcta actuación, a juicio de Rodolfo Ares, a la sazón Consejero de Interior, por la aplicación del protocolo en el uso de las pelotas de goma.

El «protocolo» viene a sustituir la «obediencia debida» apelada por los nazis con grandes ventajas. Al no ser nunca causa del mal causado deviene en una causa sin responsabilidad en los efectos ni en las consecuencias. La obediencia hacía referencia a la cadena de mando y a un responsable de la orden dictada, mientras que el protocolo es un ente metafísico sin responsabilidad jurídica.

Te mueres a manos de ellos por tu culpa. ¡La hostia, tú!