Un relato sin borrones
Ya quisieran muchos de los que controlaron el cotarro durante la «transición española» que a todos los que vivimos aquellos años nos hubiera atacado el virus de la desmemoria y nos pudiéramos tragar su glorioso relato; esa historieta en la que un príncipe Bogbón combatía contra el Generalisí-si-mo de todos los ejercí-ci-tos ayudado por el duque en ciernes y, al final, repartían democracia (perdices no vimos ni una) a la plebe que tan pacientemente esperó cuarenta años a que la palmara el dictador y a esos fabulosos personajes se les ocurriera dar el alto definitivo al Movimiento.
«Las especulaciones son libres, pero los hechos son los que son». Sentencia que soltó el viernes Alfonso Guerra, otro al que juzgará la Historia como se merece y, como ya no será más pronto que tarde, espero que no sea tan tarde como para que se nos caiga en el olvido. Y que conste que en esto estoy de acuerdo con el ¡todavía! diputado del PSOE. Un par de esos hechos son estos: Juan Carlos de Borbón, mucho antes de ser coronado «rey de España», fue nombrado heredero del dictador fascista en «las Cortes Españolas» allá por el año 1969. Estoy seguro de que Guerra se acuerda de aquel día perfectamente, porque para entonces era un mozalbete de 29 años. Y tampoco habrá olvidado que Adolfo Suárez, antes de ser el escudero del monarca, lo fue del caudillo fascista.
Lo que nos quieren hacer tragar ahora quienes hacen las notas, oficiales u oficiosas, de la Casa Real o tipos como Guerra no son hechos ni especulaciones, sino grandes mentiras, como de Madrid a Manila. De las poco ejemplares andanzas, institucionales y privadas, del Borbón tienen sobrado conocimiento hasta los niños de pecho, que diría otro Alfonso, de apellido Alonso, que lleva ya unos años aposentado en la «Cámara de los errores históricos».
No voy a entrar a refutar aquí el relato que estos personajes -desgraciadamente reales, muy reales- quieren imponer ahora sobre la transición, el 23-F o la caza de elefantes. Están tan desacreditados que no se atreven a sentarse ante el tribunal de la Historia para responder a preguntas tan básicas como éstas: ¿Qué hicieron para derrocar a la dictadura? ¿Y qué hicieron para defender a quienes la sostuvieron? De borrón y cuentos nuevos, nada de nada, monadas.

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