Jon Odriozola
Periodista
JO PUNTUA

La película de marras

No somos una «esencia». Somos un yo y nuestra circunstancia, frase de Ortega y Gasset que transfundió a Marx, pero le jodía citarle. Somos según nos ven, incluidos los babosos

Reírse de sí mismo» era y es un latiguillo que se puso de moda decir en bares y taskas -no conozco otro templo de relación social- a cuenta de un programa de humor, ya saben cual, en ETB.

Los tenderos con ínfulas usaban mucho esa expresión. Y la mesocracia, la pequeña burguesía siempre tiene razón, incluso cuando no la tiene. Yo confieso que nunca he sabido en qué consiste eso de «reírse de sí mismo». Se supone que es algo sano y saludable y desbrava. Debe de ser mejor que odiarse a sí mismo. ¿Se odiará a sí mismo o se reirá de sí mismo el capitán Muñecas, torturador patológico y psicópata? Apuesto a que no. Probablemente no tenga espejo en su guarida, para no verse. Si lo tuviera, como lo tenemos los demás, descubriríamos que el reflejo de nuestro rostro en el espejo es... «otro» (Muñecas vería una calavera de plomo). Si el reflejo especular de tu propia cara hace una mueca cómica, no eres tú quién trata de reírse de sí mismo, sino «él», el otro, no tú. Disculpen estos pujos freudianos-lacanianos y resbaladizas esquizofrenias.

Si no te ríes de ti mismo, pasas por ser un tipo estirado y seco. Lo cierto es que uno siempre se ríe de otro, solo o en cuadrilla, y ese «otro» puede ser la imagen que devuelve el espejo, o sea, tú, pero que no eres tú. Los desahuciados no se hacen estos pajeos mentales. Mi tesis es que es imposible reírse uno de sí mismo: siempre es el otro, aunque seas tú.

La cinta «Ocho apellidos vascos» es, a mi juicio, una parodia de los tópicos e hipotipos vascos y andaluces (y Sevilla no es la quintaesencia andaluza, ni mucho menos), pero primero que nada, es una película que persigue, como todas, hacer una carrera comercial, lo que es legítimo bajo este sistema. No lo sería tanto si trata de burlarse de vascos y andaluces zafiamente, exagerando y forzando el acento vasco (tipo Chomin del Regato, a quien yo viera de crío y el personal se descojonaba con el estereotipo de aldeano, acríticamente, un reír, como decía Alfonso Sastre, «y nada más», que eso es esta película de marras, creo yo), la cazurrería y el garrulismo.

Lo que se hace, en mi opinión, es una caricatura del tópico, vasco o andaluz, que eso es una parodia, un «subgénero» muy respetable -eso era «El Quijote», una parodia del género de caballerías-. Este gato tiene cuatro patas y no tres. No es «Las autonosuyas», guión del ultra Vizcaíno Casas, que supuraba reaccionarismo. Ni un puro revival de las deleznables películas de Paco Martínez Soria, apologetas del stablishment franquista y, sin embargo, taquillazos a la sazón. Igual que esta, pero ¿es lo mismo?

Ya se anuncia una secuela y la posibilidad de explotar los tópicos celtibéricos sobre las «nacionalidades». El catalán pesetero; el vasco noblote y tragaldabas; el andaluz gracioso per se y, si no, no es andaluz o, aun peor, es mal andaluz; el baturro de la Pilarica y la jota (todo mentira); el gallego vacilante y astuto; el barakaldés señorito y donjuán como Jon Odriozola, y así.

No somos una «esencia». Somos un yo y nuestra circunstancia, frase de Ortega y Gasset que transfundió a Marx, pero le jodía citarle. Somos según nos ven, incluidos los babosos. No hay caso. ¿Que si vi la película de marras? No. Humor vasco.