Se fue el productor Javier Ibarretxe, uno de los nuestros
No vamos a encontrarnos a personas como Javi Ibarretxe frecuentemente. Y eso las hace, sin duda, especiales. Y es que son diferentes. A veces creo que, en cierta manera, son unos solitarios. Pero de esos solitarios poblados de los que nos hablaba Deleuze.

Hablé con él hace unos días. Por teléfono. Pero no me acuerdo hace cuántos días exactamente. Qué más da. El caso es que le encontré animado. Hasta excesivamente animado para lo que llevaba encima. Porque ya estaba tocado. Muy tocado. Pero Javi era así. Siempre positivo, nunca negativo, que diría aquel entrenador del Barcelona llamdo Louis Van Gaal. Y me habló, entonces, de que estaba enfrascado, no, enfrascadísimo (porque Javi solo entendía las cosas enfebrecidamente) con la filosofía hindú, con el Vendanta y todos esos lúcidos pensamientos que nos hablan de que la vida siempre lleva a la muerte consigo como un perrito al que arrastrara con una, más o menos larga o más o menos vistosa, correa. O que la vida y la muerte son como las dos caras de un mismo espejo. Que la una sin la otra son más falsas que una moneda de cuatro euros. Luego, en este sentido, tendremos que tomárnoslo con calma. Javi ha dado una vuelta y se nos ha marchado al otro lado del espejo y como a él le habría gustado hacerlo: con una sonrisa y, con una mosca detrás de la oreja o con esa innata curiosidad suya por saber qué coño es lo que va a pasar a partir de ahora.
Pero nosotros, los que seguimos en este lado del espejo vamos a echarle de menos. Javi Ibarretxe se nos ha adelantado. El muy puñetero. Personas como él no abundan por estos lares y en estos tiempos. No les puede despachar así como así. Y sé que suena a frase hecha. A topicazo. A lo que se suele comentar en estas situaciones. Pero en esta ocasión es cierto. Y ya sé que más de uno me dirá que esta réplica es también un topicazo. Pero, qué le vamos a hacer. No pienso discutirlo ni volverme loco con una trifulca que no va a llevarme a más sitio que a perder el tiempo. Así que lo repetiré, me quedaré tan ancho y continúo: no vamos a encontrarnos a personas como Javi Ibarretxe frecuentemente. Y eso las hace, sin duda, especiales. Y es que son diferentes. A veces creo que, en cierta manera, son unos solitarios. Pero de esos solitarios poblados de los que nos habla Gilles Deleuze. Que vienen a ser todo lo contrario que esos marginales o frikis que tan de moda parecen estar hoy en día, y a los que tanto padecemos cuando encendemos la TV. Como una patada en los c... Pero es que estos siempre serán solitarios a pelo. Cuentan sus andanzas que solo a ellos interesan; sus grandes secretos (sic) que, en realidad, solo invitan al bostezo más placentero y despreocupado. Porque el friki estará siempre solo. Y está a gusto así. Nunca podrá estar con nadie más aparte de con él mismo, por supuesto. Incapaz de interactuar con otras personas, incapaz de hacer piña. Y en esa lamentable soledad acabará perdiéndose un día en el inmenso agujero negro donde ni estará el eco para contestar a su «¡Socorro!».
Pasión por el cine
Y si me meto con todo esto es porque Javi era, justo, justo, todo lo contrario. Uno de esos (pocos) que teniendo su propia forma de ver y afrontar la vida o las películas, en su caso, no renuncia a encontrarse, a mezclarse con los demás para poder extraer de esa conjunción, de ese encuentro o encontronazo algo nuevo, algo que no será ya ni de él ni del otro con el chocó, sino que será otra movida; una movie u otra película, por ejemplo. Y, por eso, se encontró con «¡Sabotage!», su loca sátira sobre las guerras napoleónicas o con «Un mundo casi perfecto», su ya último suspiro cinematográfico.
¡Claro que a Javi el cine le apasionaba! Cómo no iba a gustarle a él al que le gustaba disertar, enredar, subir, bajar, entrometerse, negociar, hablar, y todo con la innegociable condición de estar siempre para atrás y para adelante, y nunca sentado más que en una sala a oscuras donde se proyectara sobre una pantalla una película; y, si era de las suyas, mejor todavía. Y con sus hermanos hizo unas cuantas de esas.
Ellos, sí, que le echarán de menos. Un poco más. La hostia. Y desde aquí un súper abrazo a todos. A Santi, el músico. A Esteban, el director de la función. A Josemi, el escritor. Sí, alguien dijo de ellos una vez que eran como los Hermanos Marx del cine vasco. Así que hoy se nos ha muerto uno de ellos, uno de los Hermanos. Posiblemente ese que nunca se estaba quieto, el que se tomaba o se «fumaba» la vida a bocanadas, como un puro que, ¡maldita sea!, siempre termina consumiéndose.

GARA es segundo en Gipuzkoa y NAIZ sigue creciendo con fuerza
Moreno y Lisci, dos trayectorias de menos a más en Osasuna

«Elektronika zuzenean eskaintzeko aukera izango dugu orain»

«Gizarte aldaketa handi bat» eskatu du euskararen komunitateak
