Iñaki URDANIBIA
NARRATIVA

Perrault revisitado


En la presente ocasión, con la aparente sencillez que caracteriza a la autora -su prosa va directa al grano y se muestra sin abalorios y con una llaneza que disimula una profundidad temática indiscutible-, la escritora belga-nipona dirige su mirada a un célebre cuento de Charles Perrault. Parece mentira que el cuento estuviese en un principio destinado a los lectores infantiles, puesto que con su cuarto oscuro, sus muertas y la sangre desbordando a chorros, parece más coherente su uso metafórico para referirse, por ejemplo, a la falta de mordiente de la cultura para poner freno a la barbarie en lo años oscuros del pasado siglo, que usase George Steiner.

En la versión nothombiana tenemos un palacete en el VII arrondisement parisino, habitado por un grande de España, Elimirio Nibal y Milcar, que goza con la lectura entusiasmada de las actas de la Inquisición y con la rumia ensimismada del «Ars Magna» de Rayón Llull, y una joven mujer belga que trabaja impartiendo lecciones en la Escuela del Louvre y que acude incitada por el anuncio de alquiler de una habitación en aquel lugar privilegiado. Ocho mujeres le han precedido en la citada lujosa vivienda, de las que se perdió la traza por haber intentado saber qué se ocultaba tras la puerta de la habitación oscura. Saturnine, que así se llama la joven, se siente atraída por el lujo de la casa, por la pulcritud y por el acceso a todos los placeres del gusto, del olfato... que se puedan desear y que son suministrados por el masculino servicio del caballero, que muestra su constante orgullo de sus orígenes hispanos (hasta a Cristo lo considera español, debido a su gran sentido del honor y la dignidad).

Su antigua compañera de piso, Corinne, es invitada a visitar la casa y cuando se va lo hace invadida por un gran temor y frecuentes temblores ante el siniestro caballero que allá reside, al que le precede una siniestra leyenda, y el atractivo que parece haber abducido a su amiga.

Ciertamente, la inicial desconfianza, los crujidos que levantan las trasnochadas ideas del aristócrata y ciertas dosis de temor ante las desapariciones de las anteriores inquilinas de la mansión se van trastocando en admiración, en curiosidad y en cierto cariño hacia aquel hombre que se muestra delicado y cariñoso con ella. Cuando él, al principio, le comienza a echar los tejos, ella le rechaza sin ambages, mas más adelante comienzan a ceder sus defensas y se deja llevar por los flechazos del implacable Cupido, que trastornan su corazón y se siente invadida por una verdadera folie d'amour.

Como decía el bueno de Pascal, hay razones del corazón que la razón no alcanza, y algo de eso hay en la embriaguez que siente Saturnine; y no por los exquisitos champagnes que ingieren, sino por la embestida de una oleada de singulares sentimientos y extraños afectos que empapan a la joven.

Los diálogos entre Saturnine y Elimirio no tienen desperdicio y los temas se suceden: hablan sobre las creencias religiosas, sobre el amor, sobre el bien y el mal, sobre el oro, los colores, los sabores, y los vestidos que el propio caballero crea con mimo, sin evitar el intercambio de ideas sobre la fotografía y las nuevas tecnologías, de las que él desconoce prácticamente todo.

Amélie Nothomb demuestra, una vez más, estar en plena forma tras veinte años de escritura, ahora deconstruyendo/desvelando a un asesino, con afilada sagacidad y... con sorpresa como colofón.

Las novelas de Amélie Nothomb siempre abordan, tanto cuando se refieren a asuntos autobiográficos como cuando se centran en aspectos peliagudos de las relaciones humanas, asuntos de sumo interés que, pasados por su fino cedazo, son entregados a los ojos lectores para su paladeo inevitable y el despliegue de la reflexión.