Gloria REKARTE
Preso ohia
AZKEN PUNTUA

Indignación domesticada

ABilly el Niño no lo van a extraditar, cosa que no creo que haya extrañado a nadie porque nadie es tan ingenuo como para creer que el Estado va a abandonar a su suerte a sus mejores peones. Le han cubierto las espaldas, claro, pero también la cara, al impedir que le sacaran fotografías en su paseo por el juzgado. Medidas de seguridad, ya saben. Pero la verdad es que, sin imagen, Billy el Niño existe un poco menos. Y con él, el horror y la negrura de los calabozos de la DGS permanecen en el limbo de lo intangible. Menos para sus víctimas, claro. Para los cientos de detenidos y detenidas que pasaron por sus manos; las que, finalmente, hicieron llegar la confesión exigida, a través de los gritos de la picana, de las burbujas del agua pestilente de la bañera, entre golpe y golpe de palizas brutales. En las eternas horas de dolor y angustia de los temidos interrogatorios.

A Billy el Niño no lo van a extraditar, y es palpable la indignación ciudadana ante la impunidad brindada con tan absoluto descaro. Pero es la indignación domesticada con que se contempla, desde estos tiempos de indignación calmada y cívica, las bestialidades de aquellos otros, tan pretéritos. Porque la dolorosa realidad es que se ha hablado de Billy el Niño, y de Muñecas, pero no se ha hablado de la tortura. Y la de hoy sigue cubierta por la pesada lona que unos con muchas ganas y otros con desentendimiento total le han echado encima. Los gritos de los torturados son siempre molestos. Porque después de Billy el Niño, llegaron otros. Y otros más. Y lo único que se vieron obligados a cambiar fue la necesidad de no dejar huellas en esas largas, eternas, horas de dolor y angustia que hoy, como entonces, siguen siendo los temidos interrogatorios.