Pierre AUSSEILL AFP
PROTESTA EN BRASIL

Dolor y furia en una favela de Copacabana, la postal de Río

Neumáticos incenciados, disparos, destrozos... Una violenta protesta a raíz de la muerte de un joven bailarín durante una operación policial en la favela Pavao-Pavaozinho estalló el martes por la noche en Copacabana, uno de los barrios más turísticos de Río de Janeiro, y se saldó con al menos un fallecido por un disparo policial.

«¡¿Qué Copa del Mundo es esta, qué Juegos Olímpicos son estos que se beben la sangre de jóvenes inocentes?!», grita entre lágrimas Daisy Carvalho, activista por los derechos humanos, entre barricadas humeantes en Río de Janeiro.

En menos de dos meses, periodistas de los cinco continentes que vendrán a cubrir la Copa Mundial de Fútbol harán informaciones en directo desde la playa de Copacabana.

La ira y la tristeza se apoderaron el martes de la favela Pavao-Pavaozhino, a escasas cuadras de la clásica foto postal de esta mítica playa carioca. «Todo comenzó sobre las 17.30. Había humo por todas partes, tiros en la calle y personas que corrían para refugiarse en sus casas. Muchos camiones de la BOPE (Batallón de Operaciones Especiales, cuerpo policial de élite) acababan de entrar en la favela. Quedamos bloqueados sin poder salir», señaló Etienne, un estudiante francés que vive en la entrada de la favela.

Barricadas en llamas, tiroteos, jóvenes lanzando piedras y botellas de cristal desde lo alto de la favela contra la Policía y los coches que salían del túnel de la avenida Nossa Senhora de Copacabana. El barrio más celebre de Río de Janeiro, en plena intifada.

Fue el anuncio de la muerte en la favela del joven bailarín Douglas Rafael da Silva Pereira, alias «DJ», lo que desató la ira de este barrio miserable encaramado en la colina. «DJ», de 25 años, residente de la favela, era bailarín en un programa de TV Globo, orgullo de los jóvenes del barrio.

Según sus amigos, unos agentes de la Unidad de Pacificación -instalada en esta favela desde 2009- lo mataron a golpes al confundirlo con un narcotraficante. La Policía indicó en un breve comunicado que está investigando esta muerte y que el infor- me forense apunta que «las escoriaciones son compatibles con muerte por una caída».

Su madre, la enfermera María de Fátima da Silva, indicó a G1 que solo pudieron ver el cuerpo 12 horas después de su fallecimiento: «Estaba en posición de defensa, todo golpeado. No tiene marcas de disparos». G1 informó de que el joven fue hallado en el interior de una escuela.

Según algunos testimonios, tras el inicio de los desórdenes, los policías antidisturbios rodeados por la multitud se refugiaron en un edificio, amenazando con disparar si intentaban entrar.

Luego, llegaron los BOPE, con sus uniformes negros, ametralladoras y pistolas automáticas. Y empezaron los tiros. Los traficantes, presuntamente, dispararon a los agentes, relataron testigos. «Mateus», un discapacitado síquico de 27 años que participaba en los disturbios, murió de un balazo en la cabeza.

«No vengan a la Copa»

«Lo que más me revuelve es que escuché de boca de un policía que iban a matar a un joven para dar el ejemplo ¡Y lo hicieron!», lamenta entre lágrimas y llena de rabia Daisy Carvalho. «Uno de ellos me llamó puta y zorra, diciendo que los defensores de los derechos humanos defendían a los bandidos. ¿Acaso no tienen madre?», exclamó la joven. «Era un bailarín (el primer muerto), y un espejo para estos jóvenes, que se rebelaron. Hubo una revolución de los jóvenes. Las favelas deben unirse y bajar a las calles para decir que queremos paz, pero no a estos policías asesinos. Yo digo a los turistas: ¡No vengan a la Copa del Mundo!», agregó furiosa.

Los enfrentamientos cesaron. Los jóvenes hablan de «guerra». Invade el hedor de los contenedores de basura incendiados. No se puede avanzar por los callejones oscuros. La electricidad queda cortada. A lo lejos, se escucha una detonación. Luego, el silencio.

Las autoridades de Río de Janeiro intentan mejorar la seguridad de la ciudad desde 2008, mediante la «reconquista» de decenas de favelas de manos de narcotraficantes o milicias parapoliciales y la instalación de comisarías en estos barrios donde el Estado estuvo ausente durante décadas.

Pero en los últimos meses, su estrategia de «pacificación» ha sido puesta a prueba por una ola de ataques de narcotraficantes a estas comisarías y por la propia violencia policial, con denuncias de torturas y ejecuciones.