Raimundo Fitero
DE REOJO

La puta vida

Me parece un buen título para cualquier creación artística de ficción narrativa. Dicha la frase en los pasillos del Congreso español, a cargo de esa acumulación de poder y laca que es la vicepresidenta del Gobierno de la cueva de Ali Rajoy, la puta vida entra en un concepto mucho más sofisticado. Lo dijo además, sin peineta, vestida de manera casual, pero con un cabreo digno de una perro flauta ante un municipal. «En mi puta vida he recibido un sobre», es casi textual lo que dijo. Y miente. Porque a estos, cuanto más enfatizan, más se descubren. Más sabemos que ese desmelene es la mejor manera de confesión. Aunque no se pueda demostrar nada porque las nuevas dictablandas son las que han logrado una ilusión colectiva en donde todo parece realizado dentro de un procedimiento democrático, pero resulta ser una falsedad absoluta.

El episodio de la discusión de las Sorayas se vivió en directo en un programa televisivo y se fue interpretando esa reacción casi al instante. «Nunca es tarde» es un programa atípico, pegado a la realidad y la actualidad con comentarios al momento. Un ejercicio un poco dificultoso para los invitados ya que en ocasiones deben ser librepensadores y dar la opinión al instante, sin correctores de estilo, ni consignas ni argumentarios oficiosos. Bueno, es un jueguecito menor.

Volviendo a la puta vida, ¿qué esperarán esos jóvenes africanos que han recorrido miles de kilómetros para saltar esa valla de las miserias en Ceuta o Melilla? Esperan mejorar su puta vida metiéndose en un infierno en donde su vida no existe, es un estorbo. El Ministerio del Interior está haciendo una campaña demoledora contra la Guardia Civil. Ha logrado que las imágenes televisivas de sus abusos se repitan por todo el mundo. Son un mal ejemplo. La mentalidad fascistoide de Fernández Díaz, aumentada por toda la cadena de mando, hace que cosifiquen a esas personas, que los vean como una marea negra (perdón) que deben combatir con cualquier medio y en total impunidad. Palos a mansalva, sprays en los ojos y lo del extintor de fuego en plena valla aumentan la sospecha de puesta en escena para el spot propagandístico de dureza. La puta vida.