Iñaki URDANIBIA
NARRATIVA

Estamos chegando o mar

¿Estamos llegando o estamos volviendo? Ni lo uno, ni lo otro, pues desde que abrimos el libro del barcelonés David Roas, bordeamos la línea de costa de A Coruña (con inicial mapa incluido), en busca de faros que orientan a los marinos en aquella encrespada y oscura mar, y que suponen per se un llamativo espectáculo, aunque algunos de ellos no destaquen precisamente -en opinión del viajero- como ejemplos de arquitectura. Superior resulta la belleza natural que la que intenta crear el hombre con su manita.

Un escritor, Marcos Fontana, cuya madre es de aquellas tierras, es invitado por su editora para que escriba un libro sobre los faros de la zona, mas no una mera guía turística con sus tics y servidumbres, sino con el debido contenido literario, la puesta en acto del encargo es iniciado de inmediato pero con unos límites estrechos de tiempo ya que el taller de escritura que conduce tiene su comienzo en breve. Tratándose de Roas nadie dudará de que la diversión esté servida, que el humor desborde por todas las esquinas, como los tragos, en su orujiana graduación, superan los límites del beber contenido; otros caldos típicos (alvariño, ribeiro...) y comidas (percebes, cefalópodos, empanadas, grelos, sardinas, nécoras...) nos hacen derivar por Galicia calidade; no faltará tampoco el conocimiento de la Galicia caníbal (cantada por Anton Reixa y el resto de «Resentidos»). Conociendo como conoce el protagonista del libro la geografía por la que viaja, esta le viene asociada con recuerdos (de cuando le llamaban Marquiños), con dichos y leyendas y con no pocas gotas de saudade; tras cinco faros visitados, y temiendo la repetición, Marcos duda acerca de la dirección que ha de dar a su trabajo. La novela avanza por las lindes del esperpento, que desciende de norte a sur sin perderse en ningún momento de las coordenadas cardinales (que no cardenales); dando testimonio de los rastros, y recuerdos, de diferentes poluciones ambientales (Prestige...) y políticas (castillo en donde estuvo a cuerpo de rey el prisionero Tejero; o los nombres de cantidad de calles recordando a personajes del fascio redentor). A Coruña, la torre de Hércules, a Costa da Morte, Gran Sol, El Ferrol... y las asociaciones de los lugares revisitados automáticamente respondidos, en eco, por la memoria, y tabernas en las que se escucha a Tom Waits, quizá contagiando su voz ronca a los paisanos curtidos en lluvias -convertidas en arte- la niebla y el orvallo, u hoteles en los que cuesta entrar de noche a pesar de que uno tenga la habitación 201.

Desde el inicio el escenario se ve invadido de vendedores de soluciones mágicas, de amuletos, de adivinadoras que predicen el futuro del personal, de imágenes de santos del lugar (Andrés y Santiago), y unos omnipresentes escarabajos que, según le cuenta un tabernero, bien podría ser algún alma en pena en busca de la Santa Compaña; precisamente a uno de ellos, al que bautiza como Fiz, le va a tomar como compañero de viaje; el viajero va a detenerse en lugares renombrados y va a despellejar algunos parques -digamos que- temáticos que son puro cartón piedra.

Una road movie por tierras galegas, que se va abriendo por distintas variaciones, que se dispersan sin descanso y en alborotado alboroto, en las que resultan entrelazados retazos de historia, ensoñaciones y escapadas delirantes. Una fusión de espacio/tiempo (de geografías físicas y mentales) en la que se encabalgan con referencias cinematográficas, de personajes de tebeos, fotografías color sepia, sombras familiares, y otras yerbas, y con el peso de las nefastas huellas de una contienda que se resiste a pasar, el de las gestas del Señor Oscuro (el de El Ferrol). El viaje está servido, la diversión también, y, cuando se cierra el libro, uno -al menos quien esto escribe- se siente invadido por el sentimiento de ¡¡¡quiero más!!!

¿Estamos llegando o estamos volviendo? Ni lo uno, ni lo otro, pues desde que abrimos el libro del barcelonés David Roas, bordeamos la línea de costa de A Coruña (con inicial mapa incluido), en busca de faros que orientan a los marinos en aquella encrespada y oscura mar, y que suponen per se un llamativo espectáculo, aunque algunos de ellos no destaquen precisamente -en opinión del viajero- como ejemplos de arquitectura. Superior resulta la belleza natural que la que intenta crear el hombre con su manita.