Iñaki Urdanibia
ANÁLISIS | CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DE ROMAIN GARY

Romain Gary, juego de máscaras

El escritor y diplomático Romain Gary (Roman Kacew) nació exactamente hace cien años. Publicó casi cuarenta obras y bajo cuatro seudónimos, y su nombre figura en los créditos de una veintena de películas, telefilmes y series de televisión.

Hay vidas de escritores, y de no escritores, que no dan para mucho al menos en lo que hace a materia prima para ser contada. No es el caso del escritor, de yo plural, que traigo a esta página; variopinto ser que hoy, 8 de mayo, habría cumplido cien años a no ser que hubiese abreviado su intensa vida, con un tiro de su Browning en la boca, el 2 de diciembre de 1980. Tampoco habría vivido tanto como para cumplirlos ya que además de la posibilidad de ser alcanzado por alguna enfermedad, fue tal el ajetreo de su existencia que al final es como si hubiese vivido varias vidas: la suya y la de otros, y eso, qué duda cabe, desgasta cantidad. La vida del autor de «El bosque del odio» como él mismo señalaba en una de sus obras daba para mucho: «(...)la novela y la vida se confunden, mi vida es una narración tanto vivida como imaginada y si un periódico americano me ha dado el nombre de `coleccionista de almas', es porque yo no ceso de dar plenitud a yoes numerosos, por todos los poros de mi piel». No es extraño así que se le conociese como «el camaleón».

Las máscaras de este singular caballero nacido el 8 de mayo de 1914 encubrían u oscurecían la verdad de su vida hasta en lo que respecta al lugar de nacimiento: había nacido en Wilno, localidad lituana perteneciente al imperio ruso en la época, aunque él se vanagloriaba de haberlo hecho en Moscú, quizá porque vestía más. Podría decirse que como los bilbaínos, Gary nacía donde le venía en gana. El caso es que Roman Kacew -tal era su verdadero nombre que en ruso significa «arde novela»- siempre trató de despistar rastros con respecto a su propia persona (fechas, nombres y lugares), al tiempo que su enorme ombligo le impulsaba a convertirse en un espectáculo andante y permanente.

Primero vivió en Rusia, luego entre los ocho y quince años, lo hizo en Polonia. Más tarde, junto a su adorada madre, se trasladó a Niza, para finalizar instalándose en París. Allá le pilló el comienzo de la segunda guerra mundial no dudando ni un instante en enrolarse con la Resistencia, en el seno de las Fuerzas aéreas francesas libres volando a Argelia y a Inglaterra en labores militantes / militares de lucha contra el fascismo. Tal compromiso le supuso, como a muchos de los integrantes de las filas resistentes, numerosas condecoraciones que el lucía con orgullo en sus apariciones conmemorativas, y también distintos puestos diplomáticos.

Si ya antes de la guerra había presentado algún original a varias editoriales, siendo rechazada su publicación, su éxito como escritor, ya bajo el nombre de Romain Gary (cuya traducción sería «novela arde»), vino con «Educación europea» (1945) que luego apareció traducida bajo el nombre de «El bosque del odio», en la que daba cuenta de su compromiso contra el nazismo en tierras polacas; más tarde, en 1956, fue el lanzamiento definitivo, al obtener el premio Goncourt por su «Las raíces del cielo» en la que describe las tropelías sin cuento que se cometen con los elefantes en tierras africanas.

Basta con ver la temática de sus primeras novelas para ver que Gary no escribía en vano, en sus palabras: «el affaire hombre: una historia bastante sucia, en la cual todos estamos implicados», tal concepción parecía guiarle también en sus posteriores libros en los que no evitaba hablar de sí mismo y de su ajetreada vida (diplomático, dandy, frecuentador de los ambientes hollywoodienses, impenitente buscador de tesoros -como su amigo y colega André Malraux- sorprendente personaje que a la mañana se reunía en su domicilio parisino con los dirigentes de sus entonces admirados Black Panters para a la tarde vérsele todo emperifollado en alguna concentración gaullista...). Hombre contradictorio y veleta, cuyo carácter seductor le venía a suponer notorio atractivo entre sus semejantes, en especial femeninos. Él, por su parte, no ocultaba la adoración que sentía por su madre, como lo deja ver en su autobiográfica «La promesa del alba»( 1960).

Hablando de féminas, tres años después se casó con la actriz Jean Seberg a quien había conocido cuatro años antes, precisamente fue la muerte de ésta la que le sumergiría en una honda depresión de la que no se libraría más que tras el tiro final, que se lo pegó dos años después del suicidio de su amada, quien, por otra parte, hacía diez años ya que se había separado de él. Esta relación fue la que le abrió las puertas de los ambientes cinematográficos, medio en el que disfrutaba y se desenvolvía como pez en el agua.

Su tendencia al camuflaje, ya señalada, la mostró además de en la utilización, desde sus inicios escriturales, de diferentes nombres (Fici, Sathan Bogat, Fosco Sinibaldi...), variando el modo de escribir dependiendo de éstos, y le valió convertirse en el único escritor en lograr en dos ocasiones el codiciado premio Goncourt; en esta segunda ocasión fue con «La vida delante de sí» (1975), presentada bajo el nombre de Émile Ajar (el apellido adoptado significa en ruso «brasa»). El asunto alcanzó niveles clamorosos en el campo de lo rocambolesco: hizo presentarse a un pardillo, un primo suyo bastante más joven que él, como el autor del libro, y la presencia mediática del joven con sus titubeos, sus lapsus, sus contradicciones, inseguridad obviamente aprovechada por los interesados periodistas a quienes algo no les cuadraba en el asunto; ya que allí había gato encerrado, anguille sous roche que dirían de Pirineos para arriba. Tal atosigamiento hizo que el bueno de Paul Pavlowitch acabase realmente tarumba.

Toda una vida tratando de convertirse en un verdadero hombre -del cuidado de sí hablaría Michel Foucault emulando a las escuelas helénicas- e intentando contagiar tal empeño a la colectividad... aquel ser inseguro, a pesar de su llamativa presencia, que dijese en «L´Affaire homme»: «la verdad es quizá que no existo. Lo que existe, lo que comenzará a existir quizá un día, si tengo suficiente suerte, son mis libros, algunas novelas, una obra, si me atrevo a emplear esta palabra. Todo el resto es literatura», actividad a la que se entregó con denuedo buscando en tal «uno de esos refugios -se refería a la Éducation européene- que al abrirlo después de la guerra, cuando todo haya acabado, los hombres encuentren su bien intacto, que sepan que aunque nos obligan a vivir como animales, no pudieron obligarnos a desesperar. La desesperación no es más que una falta de talento». Así, Romain Gary.