Melonadas de un enamorado de Europa
Entrados ya en campaña electoral europea, una que en esto de escudriñar la prensa tiene ya bastantes escamas, esperaba dosis de marketing político, promesas al viento y algún que otro navajeo que, a decir verdad, no parece que vayan a movilizar mucha conciencia ciudadana. Y valga como ejemplo de cómo está el panorama, a pesar de todas las contraindicaciones que presentan las encuestas, el titular con el que abría «El Mundo»: «Sólo el 17% de los españoles sabe cuándo son las europeas». Ya ven como está el ambiente y hasta qué punto Europa genera adhesión e ilusión entre la gente.
Pero como en toda proyección de diapositivas siempre hay una que aparece al revés, también existen los que hacen de Europa su amor más profundo, su «sueño de paz perpetua», «de las luces inextinguibles» y otras horteradas monumentales que, de tanto manosear a Europa, una termina por cogerle tirria.
El autor de la melonada, Víctor Manuel Arbeloa, exjefe del PSN, escribía en el «Diario de Navarra» una pieza titulada «Por nuestra patria Europa» que dejaba, además de perlas, la sospecha de que haya sido fruto de algún tipo de alucinación.
Empieza fuerte. Europa es para él «la más grande, junto con Hispanoamérica, después de la primera patria que es el mundo». Y el señorito de las patrias grandes, del tamaño de continentes y planetas, dice más: «la Europa de los Estados, son la creación política más importante del hombre moderno en todo el mundo». Casi nada... Tras preguntar retóricamente «¿quién no está enamorado de Europa?» -pues la desafección y el desamor le crecen exponencialmente- y recordar que la Unión Europea es «el mayor éxito desde el Imperio Romano» llega a la conclusión de que «la civilización europea es hoy la civilización mundial». Todo grande, superlativo y eurocéntrico. Y las lectoras se preguntarán: ¿y quiénes según Arbeloa no están enamoradas? Pues explica que son «clanes, tribus, hordas, pequeños pueblos... la imposible Europa». Allá él, pero anonadado como está con el mundo y las ideas «grandes», debería saber que todo lo que sube, baja; y que a los pequeños también les llega la hora de levantar la cabeza. Incluso a este pueblo, cuya voz volverá a escucharse con fuerza en Bruselas. Eso seguro que no le gusta a Arbeloa.

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