BELÉN MARTÍNEZ
ANALISTA SOCIAL
AZKEN PUNTUA

Boko Haram

Hace más de una década aparecía en el norte de Nigeria la secta islámica «Jama'atu Ahlus-Sunnah Lidda'Awati Wal Jihad» («Congregación de seguidores del profeta para propagar el Islam y la Yihad»), conocida mundialmente como Boko Haram, expresión que ha sido traducida del idioma hausa como «la educación occidental es pecado».

El contexto en que surge este grupo es la desigualdad creciente entre el norte y el sur del país. Desigualdad en el acceso a los recursos y en la redistribución de los ingresos provenientes del petróleo. El creciente empobrecimiento del norte es el caldo de cultivo para el reclutamiento de jóvenes desocupados y desclasados de las barriadas. Otro factor que favorece el alistamiento es la corrupción institucional y de los partidos, incluido el Partido Democrático Popular del presidente Goodluck Jonathan.

La respuesta a los ataques terroristas de Boko Haram ha sido siempre de una brutalidad extrema. La represión no ha hecho más que aumentar el número de adeptos de la milicia.

Cuando Abubakar Shekau amenazó con vender a las 276 niñas secuestradas como esclavas, se desencadenó la predecible reacción de condena internacional. La hipocresía de las democracias occidentales ha quedado de manifiesto nuevamente. La intervención militar no resolverá el problema.

La trata de niñas con fines de esclavitud sexual es un crimen execrable que debemos combatir allí donde se produzca, y no solo en Nigeria o Mauritania. ¿Cuántas voces se alzaron contra las redes de tráfico de jóvenes nigerianas explotadas sexualmente por las «maquerelle maman» («madame mamá»)? Su existencia data de mucho antes de que surgiera Boko Haram.