Bilbo, el privilegio de acoger el trabajo de Henry Moore
Son siete bronces monumentales -creados por Moore entre 1960 y 1982- representativos de los motivos principales de la obra de Moore: la fascinación por la figura reclinada y los temas sobre madre e hijo, la exploración de la relación entre la figura humana y el paisaje.

Siete esculturas de gran tamaño, moldeadas por Henry Moore (Inglaterra, 1898-1986) entre 1960 y 1982, hijas de la evolución estilística que adoptó su producción en la década de los 40, después de la Segunda Guerra Mundial, pueden contemplarse desde ayer en el parque de doña Casilda Iturrizar de Bilbo, junto al Museo de Bellas Artes.
La muestra itinerante llega a Bilbo de la mano del Ayuntamiento, la Fundación Henry Moore y una entidad bancaria.
En 1934, Moore comienza a horadar los materiales y, a partir de 1940, los agujeros o vacíos y las masas tendrán la misma importancia en las obras de Moore, en la búsqueda de la complementariedad de la forma y el espacio.
Henry Moore obtuvo el reconocimiento público después de la Segunda Guerra Mundial y gracias, curiosamente, a los dibujos que realizó durante el desarrollo de esta, imposiblitado para dedicarse a la escultura por culpa del propio conflicto bélico.
Fue también en aquellos años -1943-1944- cuando hizo una maternidad (Virgen y niño) para la iglesia de San Mateo, en Northampton, que casi coincide en el tiempo con el nacimiento de su hija Mary. Estos acontecimientos le hicieron persistir en el tema de la maternidad. Asímismo, en esa época, empezó a crear series de grupos familiares, por lo general en bronce, material con el que, desde entonces, trabajaría.
Los siete colosales bronces expuestos en Bilbo («Formas conectadas reclinadas», «Madre e hijo reclinados», «Gran figura de pie: Filo de cuchillo», «Pieza de bloqueo», «Figura reclinada», «Figura reclinada en dos piezas número 2» y «Óvalo con puntos») nos acercan a los temas que inspiraron a Moore y cuyo origen podríamos ubicarlo en la fascinación que este sentía por la escultura de civilizaciones clásicas -como la grecorromana, la maya o la tolteca-. El visitante encontrará en las figuras la ya citada relación materno-filial, la figura reclinada, el contraste entre la figura humana y el paisaje y la transformación de los objetos naturales en formas escultóricas.
En «Madre e hijo reclinados», por ejemplo, Moore combina dos de sus temas estrella: la madre, el hijo y la figura reclinada. Representativa también de su imaginario es «Figura reclinada en dos piezas», donde fusiona el cuerpo humano con las formas rocosas y el paisaje, convirtiendo las rodillas y pechos en montañas.
Henry Moore y Jorge Oteiza, los escultores del vacío
La trayectoria escultórica de Henry Moore está caracterizada por la investigación de formas, temas y materiales: pasó de esculpir sobre los materiales a utilizar la técnica de bronce a la cera perdida; transitó del academicismo y el realismo rodiniano a la creación de figuras en las que opone los volúmenes cóncavos y convexos... Y es que, en las esculturas de Moore, el espacio forma parte de la obra.
Mucho se ha hablado, por lo tanto, de la relación entre Henry Moore y Jorge Oteiza, escultores que conviven públicamente en Bilbo, ahora, y Gernika, desde hace ya tiempo. Mucho se ha hablado de la influencia de la obra del inglés sobre la del vasco, algo que fuera de nuestras estrechas fronteras se reconoce con naturalidad y sin mayor problema, considerándolos a ambos los padres de la escultura del vacío.
Carlos Martínez Gorriarán, en «Jorge Oteiza, hacedor de vacíos», recoge los recuerdos de Oteiza, la impresión que le produjeron los dibujos de personas reclinadas, tumbadas en los refugios del Londres bombardeado por los nazis: «...el único escultor contemporáneo que me cogió de sorpresa», dijo Oteiza sobre Moore, añadiendo que «andaba interesado en una escultura en que su espacio libre fuera más importante que su masa, sus volúmenes». Oteiza, obsesionado por el concepto de simultaneidad, durante la época que residió en Buenos Aires realizó maternidades y, a partir de 1940, creó también figuras recostadas («Mujer acostada. Homenaje a Bach», 1940) donde es perceptible la influencia del creador inglés. Soledad Álvarez, en su trabajo «Jorge Oteiza: pasión y razón» habla de la «perforación de la masa» y el juego con los volúmenes «hacia la desmaterialización de la escultura» que tienen lugar en Argentina, en la década de los 40. Escribe Álvarez que Oteiza «pretende rectificar el planteamiento de Moore, ya que si el hueco carece de función estructural y `no sirve para la simplificación de sus apoyos, el hueco no es más que una enfermedad de tejido material, del bulto, de las estatuas' y no `el concepto eje de una lógica para la renovación formal', que es como él lo entiende».
Pero ya en la IV Bienal de Sao Paulo (1957) cristaliza la aportación de Oteiza por el tránsito de la estatua-masa tradicional» a «la estatua superliviana y abierta, la transestatua». A.H.

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