75 años del barro a los diamantes
El Eibar celebrará sus bodas de diamante en Primera. Fiel a una filosofía única, en la que las ambiciones deportivas encuentran su límite en el equilibrio económico, el club azulgrana disfrutará del mayor hito de su historia coincidiendo con su 75º aniversario.

El Eibar celebrará el próximo año su 75º aniversario. Y lo hará, si la kafkiana situación a la que le ha abocado una legislación inexplicable no lo impide, como equipo de Primera. Ya lo es, desde que el domingo, al filo de las once de la noche, los planetas se alinearan para que el club alcanzara el culmen de su trayectoria.
Hubo sonrisas, hubo lágrimas y sobre todo hubo orgullo porque el fútbol premiaba a una filosofía única, al menos por estos lares, en la que las ambiciones deportivas encuentran su límite en el equilibrio económico. El Eibar entrará en la Liga de las estrellas con uno de los escasísimos balances saneados, y sin trampa de por medio, del fútbol profesional.
No es algo nuevo. Más allá de los vaivenes de la economía, en la entidad nunca han perdido la cabeza. De la misma forma que el amor por los colores azulgranas se ha transmitido en Eibar de generación a generación, la apuesta decidida por la honradez ha pasado de una directiva a otra desde hace 74 años. Y eso ha condenado al equipo armero a vivir buena parte de su historia en el fútbol de barro. Hasta ahora, cuando se codeará con las estrellas.
Algo con lo que, pese a la fama de fanfarrón del eibarrés, posiblemente ni siquiera soñaba Juan Artamendi, primer presidente del Eibar Foot-ball Club, nacido en 1940, de la unión entre el CD Gallo y la UD Eibarresa y que incluso tuvo que esperar siete años para tener su propio estadio. Y es que el club guipuzcoano es, en buena medida, el de los contrasentidos. Nadie como el Eibar ha conseguido que orgullo y humildad aparezcan siempre juntos en la misma frase sin chirriar al oído. De la misma manera, siempre ha parecido nadar a contracorriente en el plano económico. Al contrario de lo que es habitual, sus peores etapas deportivas han coincidido con tiempos de bonanza, mientras sus mayores éxitos han supuesto una alegría a la que aferrarse en los peores momentos de crisis.
Así fue en la década de los sesenta, cuando Eibar, con toda su industria a pleno rendimiento, era conocida como la «ciudad del dólar». El equipo ya había tenido su primera experiencia en la categoría de plata, pero en 1958 había caído a Tercera, para encadenar primero unos cuantos intentos de ascenso fallidos y acabar descendiendo incluso a Preferente. Y fue la de los ochenta, cuando Euskal Herria se veía azotada por la crisis y la reconversión industrial, la década mágica de los azulgranas que, tras otra docena de promociones frustradas, encadenaban dos ascensos para regresar a Segunda A. Un gol de Toño en Durango, el 15 de mayo de 1988, llevó a los armeros de vuelta a la categoría de plata, donde permanecieron 18 temporadas consecutivas.
Una época inolvidable, en la que el Eibar se hizo un nombre en el fútbol estatal -aunque no siempre para bien, con tópicos que sobreviven hoy en día-, pero en la que sobre todo se fraguó esa mística que parece rodear al equipo armero. El del grupo de amigos que entrenaba tras ocho horas de jornada en el taller pero que, con el escudo cosido directamente en el corazón, plantaba cara a cualquier plantel de estrellas.
Hombres como José Ignacio Garmendia, que se retiró en 1998 tras 19 temporadas en el club, el eibarrés Óscar Artetxe, el futbolista que más partidos ha disputado con el equipo en Segunda A, o Alfonso Barasoain, el entrenador de los ascensos y los milagros.
Fueron también años convulsos, y no solo por los apuros con los que se salvó la categoría en algunas temporadas, sino por el reto mayúsculo que afrontó la entidad en 1992, cuando tuvo que convertirse en Sociedad Anónima Deportiva y que solo pudo completarse con los 25 millones de pesetas que dio el Athletic.
Un mal trago que supuso, en cierta manera, la entrada definitiva del Eibar en el fútbol profesional. El nacimiento de un club más moderno, de trayectoria impecable a nivel de gestión y repleto de altibajos en el deportivo, que le han llevado de rozar el ascenso a Primera o disfrutar de grandes noches coperas a sufrir dos descensos a Segunda B en la última década. El fútbol de barro que ahora vuelve a abandonar para celebrar sus bodas de diamante en lo más alto.

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