Raimundo Fitero
DE REOJO

Reinar

La abdicación del suegro de Urdangarin crea un problema más a todo el entramado institucional, a los partidos del continuismo y produce una tensión añadida al débil tinglado democrático español. La decisión tomada en lunes abre un profundo paréntesis, llegan las dudas metódicas, se reabren los procesos de legitimidad democrática y debería servir para crear las condiciones imprescindibles para una consulta popular sobre el modelo de Estado.

Bien, a partir de ahora, empiezan las anécdotas, los juegos florales, las rendiciones de pleitesía incondicional, el trabajo de construir una nueva Gran Mentira sobre el que abdica y sobre el que llega. Un fraude de primer orden. La prueba del algodón antidemocrático. Se va el rey que colocó Franco, pero continúa su casta, su dinastía okupa, y nos deja a un joven fabricado para mantener el régimen, alejado de cualquier virtualidad popular y apoyado solamente por los partidos políticos descerebrados, seguidistas, vagos, sin capacidad de pensar y determinar que esta sucesión debería producirse en otras condiciones y con otros marcos políticos.

Lo bueno de esta situación es que nos levanta programaciones televisivas, aparecen los columnistas y tertulianos más conspicuos recalcando sus amistades peligrosas, y nos coloca a un fantoche de Borbón y Grecia prefabricado junto a una periodista reconstruida en los quirófanos para erigirse sin votación alguna, por el derecho de sangre, la Ley Sálica y otros anacronismos históricos como Jefe del Estado. Una falsa salida a un estado de putrefacción de la Casa Real, que no se soluciona así, sino con la derogación de la Monarquía. Los que llegan han vivido siempre en la más absoluta de las corrupciones, los privilegios, el desafuero con la sociedad. Son una imposición.

Es decir vámonos de esta corrupción. Independencia, ya. En la oscuridad de la transición se hicieron concesiones, en la luz de este siglo XXI mantener esta estructura es un problema político de primer orden que se debe solucionar en las urnas, desbancando a todos los que hoy aplauden, creando otras mayorías que acaben con el reinado de la corrupción consentida. Reina por un día. Como mucho.