Maider IANTZI
Uholdeak Euskal Herrian

Las calles de Elizondo, un hormiguero tras una inundación desconocida

Elizondo es un pueblo propenso a las inundaciones, pero «nunca» se ha conocido nada como lo de ayer. Vecinas y vecinos rememoran un día de hace cien años, el 2 de junio de 1913, cuando la tromba se llevó hasta la iglesia de la céntrica calle Jaime Urrutia (una placa recuerda hasta dónde llegaron las aguas del río Baztan). Ayer, bajo esa misma señal, dedicada a las personas que trabajaron en auzolan, se pudo ver una imagen similar, gente implicada ayudando a los vecinos atrapados y trabajando sin parar.

Miedo, impotencia, muchos nervios... son algunos de los sentimientos de los elizondotarras ante una tromba de agua totalmente inesperada. Entramos en el pueblo una vez bajado el nivel del río, hacia el mediodía. Ya en el camino impresiona el agua que roza la carretera. Las calles, llenas de barro, son un hervidero de gente que va de un lado a otro, ayudando en lo que puede, pala, escoba o manguera en mano. Para cuando llegamos las personas atrapadas están a salvo. Por ejemplo, una mujer mayor ha sido evacuada en una grúa de su casa de la calle Giltxaurdi; otra rescatada de la carnicería Ciaurren, con el agua hasta el pecho; y otras personas han sido sacadas de la carpintería, de la residencia de ancianos y las piscinas.

En Giltxaurdi, sin soltar la escoba, Aurea nos cuenta que se ha despertado a las 8.15 con el timbre. «He salido a la ventana a ver quién era. He bajado y he visto cómo entraba el agua a casa. ¡Ha cogido metro y medio de altura!». A la noche no ha sentido nada, pero la verdad es que no ha dejado de llover. En Erratzu ha caído una tromba.

Una joven, que prefiere no dar su nombre, cuenta a GARA que le ha despertado su ama a las 7.45 diciéndole «erreka arras gaizki dago». Y, diez minutos más tarde, ha entrado el agua a la vivienda, inundando hasta los fogones. El coche, ha ido nadando hasta unas calles más abajo. Desde entonces no han tomado ni un respiro: han sacado el barro y el agua, han recogido los residuos... Al lado de la joven, Joxe Mari Arriada, arizkundarra que trabaja en Elizondo, expresa que ha sentido miedo e impotencia. «Quería hacer y no podía. El cuerpo quería pero la cabeza decía que no, que era peligroso. No sabíamos hasta dónde subiría el agua. A mí me ha pillado en el trabajo. He intentado salir a la calle pero con el corriente del agua no se podía ni caminar. No he podido más que grabar con el móvil cómo se llevaba mi coche...».

Joxe Mari comenta que se le ha hecho duro ver sufrir a la gente mayor y ver los comercios, bares y negocios dañados en estos tiempos difíciles para los trabajadores. «Todo es nuevo. No sabes cómo funcionan los seguros, qué pasos hay que dar...».

Una vez pasado el apuro, también hay sitio para el humor y los elizondotarras trabajan en buen ambiente. La calle Jaime Urrutia, donde se ubican multitud de comercios, es testigo de ello. Juana Mari Izeta ha visto cómo se echaban a perder los relojes de mano y de pared, toda la bisutería y la plata de su relojería y joyería. Todavía no sabe cómo estará el oro. Al igual que a la mayoría, le han avisado a las 7.45 y cuando ha llegado, a las 8.10, no era posible entrar. «He vivido momentos de mucha tensión. Me he subido al escalón de la floristería que está aquí al lado. Me encontraba como en una isla, totalmente sola. Cuando he bajado el agua me llegaba hasta el pecho».

Unos pasos más adelante, en la carnicería Ciaurren, Pedro y sus compañeros explican que el agua ha venido «en un momento, en media hora» y que ha cogido tres metros. «Ha sido terrible. En toda la noche ha llovido mucho y, sobre todo, a partir de las 6.00, cuando se ha puesto todo muy oscuro». Motores rotos, envoltorios y papeles perdidos, todo embadurnado de barro, agua «que sacas y sacas y que no para de salir»... Y todavía ni han mirado el almacén. Relatan que han visto venir calle abajo troncos, cajas, hasta maniquís de las tiendas.

Se ven destrozos en muchos lugares pero terminamos el repaso en el restaurante Eskisaroi, al lado de un puente que unas horas antes estaba bajo el agua. El río se ha comido un pedazo de pared y un muro. Encima del restaurante están las viviendas de esta familia y el agua ha roto las escaleras. Abajo, al lado del restaurante, donde están los baños y el almacén, el agua ha superado el techo. Cuando les han llamado a las 8.00, no podían salir de casa, ni de una puerta ni de otra.

Elizondo es como un hormiguero, llena de actividad. Ni han desayunado y, aunque ha pasado la hora de comer, quieren continuar... Hasta que dice alguno: «Tenemos que ir con calma». Todavía queda trabajo.