Ejemplo de cómo el que mucho abarca no siempre poco aprieta

Dice el refrán que «quien mucho abarca, poco aprieta». Viene a significar que cuando se quiere hacer muchas cosas a la vez, algo falla y las cosas no resultan, que más vale tomarse el tiempo necesario para hacer una cosa a la vez pero bien hecha, que la realización de varias cosas al mismo tiempo mermará la calidad de cada una de ellas. Podría, en teoría, aplicarse a un Néstor Basterretxea que a lo largo de su trayectoria siempre ha buscado la creación de un arte integral. Y para ello, no solo ha trabajado como escultor y pintor, sino también como grabador, fotógrafo, diseñador industrial, realizador de cine, cartelista o escritor. Pero la realidad es que este artista vasco ha sido como un caleidoscopio capaz de reconstruir su obra integrándola con lenguajes estéticos, corrientes, estilos y tendencias incluso antagónicas.
Basterretxea es considerado como uno de los escultores vascos del siglo XX más renovadores. Sin embargo, comenzó su carrera como dibujante para la publicidad, antes de abrazar la pintura de manera autodidacta. A finales de los años 50, de la mano de Oteiza, se acerca a la escultura y formó parte junto con Amable Arias, Remigio Mendiburu, José Antonio Sistiaga, José Luis Zumeta, Rafael Ruiz Balerdi, Oteiza y Chillida del grupo vasco de vanguardia Gaur. Mediante la utilización de nuevos lenguajes y códigos artísticos pretendían hacer una interpretación propia y particular de la tradición vasca.
En esta misma época, Basterretxea empieza a trabajar el cine. Realizó los cortos «Pelotari» y «Alquézar» y la película «Ama Lur», todas ellas mano a mano con Fernando Larruquet.
Apoteósica «Ama Lur»
Basterretxea siempre recordaba que el empeño de terminar esa película era más fuerte que todo lo que tuvieron que pasar. Llamados por la censura, fueron obligados a ir once veces a Madrid, se les aplicó cortes, se les añadió planos, pero el estreno en Donostia fue, en palabras de Basterretxea, «apoteósico». Seguramente uno de los hitos mayores de la cultura vasca.
Junto con Larruquet, ambos vencieron todos los argumentos groseros con los que pretendían vaciar de contenido político a una película «que era un clamor a favor de la existencia de nuestro Ser Vasco».
A comienzos de los años 70, instalado ya definitivamente en su taller del caserío Idurmendieta, en Hondarribia, inicia la «Serie Cosmogónica Vasca», dieciocho imágenes realizadas en madera e inspiradas en la mitología vasca, que es considerada como una de sus obras más em- blemáticas. La lectura del «Diccionario de Mitología Vasca» de Joxe Migel Barandiaran fue clave en esta obra que «abrazó lo más arcaico de nuestra antigua vida, con la modernidad estética».
El recorrido sobre la producción de Basterretxea nos lleva desde la pintura en los años 50 a la escultura y los proyectos de obra pública. Esculturas públicas que homenajean a Iztueta o Pío Baroja (Donostia), a los hombres de la mar (Pasai San Pedro), a los pastores vascos (Reno, EEUU). Resultan, así mismo, reseñables «Urbidea» instalada en la presa de Arriaran en Beasain, o «Izaro» en el Parlamento de Gasteiz, un árbol con siete ramas que «debe ser entendida y considerada como una alegoría que responde a un ideal». Por otra parte, y a pesar de todas las polémicas que originó en su momento, los murales de la cripta de la basílica de Arantzazu es, sin duda, otra de sus obras más admiradas.
Quizá más desconocidos son sus diseños industriales, logotipos y diseños aplicados. De hecho, Basterretxea puede considerarse como uno de los precursores del diseño industrial vasco. Los que realizó en la década de los 50 para la fábrica de Muebles H de Madrid son verdaderamente remarcables.
Fotomontajes y carteles
Mediante los fotomontajes, Basterretxea sitúa a sus esculturas en contexto de imágenes diferentes a los que fueron concebidas. Utilizando la técnica del collage, instala sus esculturas en paisajes repletos de literatura, en la selva amazónica o en jardines barrocos, siempre experimentando.
El cartel y la obra gráfica han sido una de las expresiones que más le gustaban. Los utilizaba para ayudar a multitud de causas ideológicas, sociales y políticas y, además, la fotografía, la tipografía y el collage (cuando ejercía de cartelista) le daba la oportunidad de reciclar una parte de su diccionario formal, de experimentar con imágenes y de darles una función concreta en el dominio del diseño.
Por último, como escritor, Basterretxea nos deja «Crónica errante y una miscelánea», un libro que recoge su vida entre los 12 y 18 años, «una crónica de lo que me pasó, pero también del tiempo que viví».
Estas líneas son una pincelada de su obra, extensa e intensa, multifacética y abierta, que tanto ha abarcado y ha apretado.

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