Pese a que Nacho Vigalondo lleva ya realizados tres largometrajes y un buen puñado de cortos, no termino de tener una idea clara de su verdadera dimensión como cineasta, por lo que mi percepción de su obra conjunta peca de subjetiva. Hasta la fecha de todas sus creaciones la que más me ha convencido ha sido «Extraterrestre», que es también la más modesta de sus producciones, y la que traslada el género fantástico a una realidad cotidiana identificable. Tanto en «Los cronocrímenes» como en «Open Windows» me pierdo, y no logró seguir de cerca al Vigalondo ambicioso que se arriesga con guiones alambicados llenos de giros artificiosos.

Puede que en «Open Windows» los árboles no dejen ver el bosque, pero aún así me afano en buscarle un trasfondo, como a cualquier otra historia de ficción. Se me ocurre que detrás de todo ha de estar una posible relación de amor-odio del cineasta con las nuevas tecnologías, ya que las redes sociales han sido en la vida real su medio para socializar, pero también su perdición. La ciberadicción siempre supone un problema, porque si se deja de contemplar y utilizar internet como una simple herramienta, se convierte en un falso objetivo. Y ahí me viene a la memoria la cormaniana frase bíblica citada en «El hombre con rayos X en los ojos», que da título a esta crítica.

Si hablo así de metafóricamente es debido a que no quiero entrar demasiado en materia y reventar spoilers, pero por la presente basta con resumir que el argumento, sorpresas aparte, se ciñe al voyeurismo tecnológico. Se trata de intentar poner a Hitchcock y «La ventana indiscreta» al día, mediante un sistema operativo que permita disponer en la pantalla del ordenador de tantas ventanas como objetivos de cámara se hallen en funcionamiento.

Como pertenezco a una generación cinéfila y tampoco tengo vocación de vigilante de seguridad monitorizada, la atención se me dispersa hasta el punto del agobio. Tampoco entiendo tanta complicación, para que al final la resolución llegue en la tradición de «Fantômas».