Alberto PRADILLA
CONFLICTOS EN ORIENTE MEDIO

Arsal reabre el frente yihadista

El tercer frente del Estado Islámico se abre en el oeste, en la frontera de Siria con Líbano. En Arsal, de mayoría suní y último municipio antes de la frontera, más de un centenar de personas ha muerto en los combates de la última semana. El pueblo permanece cerrado por el Ejército, que trata de conservar un frágil equilibrio.

No queremos prensa». El viernes por la mañana, un miembro de la Seguridad Libanesa, armado con un fusil, impedía el paso a los vehículos que trataban de acceder a Arsal desde Labweh, en el valle de la Bekaa, 122 kilómetros al noreste de Beirut. Con grandes aspavientos, dejaba claro que por ahí no pasaba nadie sin uniforme caqui. «Dicen que puede haber un francotirador», argumentaba un militar. Otro, por el contrario, afirmaba que los combates eran historia. Rumorología al margen, lo único constatable era que Arsal, único municipio de mayoría suní en un territorio fundamentalmente chií, se ha convertido en el tercer frente para los grupos yihadistas que operan en Siria e Irak. Miembros del Estado Islámico (EI) y el Frente Al Nusra abrieron las hostilidades el sábado, día 2, y se enfrentaron a la armada durante cuatro días. El balance: al menos un centenar de sirios y una veintena de libaneses muertos, 19 soldados y 17 policías secuestrados y buena parte del campo de refugiados arrasado. No es la primera vez que la guerra siria llega hasta Arsal. Cada vez que ocurre, se abre una nueva grieta en el frágil equilibrio interno libanés.

«El Daesh (en árabe, acrónimo del Estado Islámico de Irak y el Levante) ya no está, pero la situación es muy tensa. El ejército mantiene ocupado el pueblo», afirmaba el domingo Yihad, un doctor de Arsal, vía telefónica, mientras confirmaba la destrucción que afectaba a zonas como el campo de refugiados o un centro de estudios. En las inmedicaciones del municipio, nada había cambiado. Controles militares, jeeps con soldados y artillería y una tensa calma que se relajaba progresivamente mientras se confirmaban las noticias de que los yihadistas habían huido a las montañas. Ahí comienza una tierra de nadie que, en teoría, sigue siendo territorio libanés pero que, en la práctica, se ha convertido en zona liberada para los rebeldes que combaten a Damasco. Ahora, diversos religiosos tratan de negociar con ellos la liberación de los soldados. Sin embargo, el verdadero temor es que una escalada local pudiese extenderse a un país como Líbano, dividido en cuestiones políticas y religiosas, con la guerra civil todavía presente, y que hace malabarismos para mantener la cohesión interna.

Mundos opuestos en ocho kilómetros

La diferencia existente entre Arsal y Labweh evidencia esta fractura. El primero, suní, ha acogido a miles de refugiados sirios y no ha escondido su apoyo a las milicias que combaten a Bachar Al Assad, incluso a grupos como EI o Al Nusra (aliado de Al Qaeda). En alguna ocasión incluso ha llegado a ser bombardeado por la aviación del régimen de Damasco. El segundo, de mayoría chií, exhibe carteles de apoyo al presidente sirio junto a recordatorios de los militantes de Hezbollah muertos en combate y decenas de banderas amarillas en la carretera. Mundos opuestos en ocho kilómetros dentro del mismo país. O dos, porque, como bromea Hassan, un joven que aguarda para coger un bus a Beirut, «Arsal siempre ha sido Siria».

«Las guerras se inician por motivos políticos, pero siempre acaban derivando a causas religiosas», advierte Elías Nasrallah, párroco de Al Qaa, un pequeño reducto cristiano en la Bekaa, deseando que los «equilibrios» se mantengan y mostrando su confianza en el Ejército, pese a reconocer su escasez de fondos. Es ahí donde se juega otra batalla de intereses. Los llamamientos a romper la armada han caído en saco roto, en un contexto de aparente cohesión frente a una amenaza externa como el EI. Si este tuviese algún apoyo, llegaría del campo suní. Y es precisamente ahí donde se han registrado movimientos para ganar influencia. Saad Hariri, exprimer ministro e hijo del líder muerto en atentado en 2005, regresó el viernes a Líbano tras tres años de ausencia. Su primera reunión fue en la embajada saudí, donde le prometieron 1.000 millones de dólares para un ejército con graves carencias. No deja de sorprender que sea el régimen de Riad, a quien se acusa de financiar a grupos yihadistas, quien aparezca ahora como el principal garante de la seguridad del país del Cedro. Claro que los juegos a varias bandas nunca han estado ausentes en el juego de influencias de la zona...