El último arrantzale de Mundaka
Doroteo Badiola ha cumplido sesenta años, ha vendido su barco y se ha jubilado. Con él termina la milenaria relación de Mundaka con la pesca como modo de vida. Era, junto a su hermano mayor, el último arrantzale de una villa que aún pequeña, ha dado a la mar muchos de los más avezados marineros del mundo. Del Golfo de México a las Islas Filipinas o simplemente soltando las redes frente a la Isla de Izaro, una larga estirpe de hombres que hicieron de los mares su fuente de ingresos y hogar, aborda un melancólico final. Narrada por él mismo, esta es la historia de un hombre fornido, de tristes ojos verdes y viejo euskara local.

Lo mío con la mar fue desde niño en los sesenta. Mi aita era arrantzale, como tantos aquí, y en cuanto tuve edad para manejarme a bordo comenzó a llevarme con él. Pescábamos mar adentro, de cuatro a ocho de la mañana, y luego pasaba por casa a tomar un café con leche e iba a la escuela como si nada. Con catorce años cumplidos, la edad en la que ya se terminaban entonces los estudios obligatorios, fui con él ya a jornada completa. Lo de ser txo era una salida muy habitual en nuestra costa. Txo era el chaval aprendiz que hacía un poco de todo para curtirse antes de hacerse arrantzale de verdad. Si el chaval no quería estudiar, había necesidad en casa o quería echarse al mundo, pues txo ha sido siempre aquí el principio de todo para ganarte las alubias y hacerte una vida en la mar, porque aunque dura, no era en realidad tan dura como en otras actividades tipo la mina. Por ejemplo, en los barcos aquí siempre se ha comido bien. Huevos con chorizo, txipirones, chuleta una vez a la semana... Sin lujos y nada que ver con lo de ducha caliente y camarote de diseño como ahora, pero hambre, nunca. Yo tenía la suerte de que mi aita y mis hermanos, que también eran arrantzales, podían llevarme y enseñarme ellos mismos, así que todo el oficio me vino de forma muy natural.
Mundaka-Mahon-Mundaka
De aquella primera época como gizon-mutil recuerdo especialmente los viajes al Mediterráneo con el aita y mis hermanos en el barco de la familia, que se llamaba «Beti Andiño», en honor a una peña de Bakio. Íbamos navegando alrededor de toda la península y hacíamos vida a bordo. Entonces los barcos no eran tan cómodos como ahora, aunque no nos faltaba de nada. Recuerdo, una vez por la zona de Baleares, lo duro que era meterse a ochenta o noventa millas del puerto de Mahón en busca del atún rojo, con un viento ladeado muy peligroso. Allí los vientos son malísimos, ¿sabes? Son de banda, no de proa como aquí en Kantauri. Luego, según se acercaba el invierno, regresar a Mundaka bordeando de nuevo la península y teniendo que hacer continuas paradas por tempestades y temporales era muy peligroso. Muchas veces había que dar con puerto muy rápido, especialmente en ciertas zonas de Portugal y Galicia. Pasado un tiempo me enrolé en un barco de Bermeo. Hicimos bonito, la zona de Irlanda, un poco de todo hasta que me tocó ir a la mili.
Tanques para el Sha persa
Cumplido el servicio militar obligatorio de la dictadura, regresé con unas ganas tremendas de volver a la mar y trabajar, así que me embarqué de la misma, porque antes en la mar quien quería trabajar, sabía y tenía ganas, trabajaba. Así que me metí en la marina mercante por un tiempo. Hicimos todo tipo de transportes a lo largo y ancho del planeta, de Venezuela a Bangladesh. De esos años guardo muchas vivencias. Por ejemplo, llevamos tanques militares desde Houston, Baltimore y Nuevas Orleans a Irán cruzando el Mar Rojo. El mismo sha de Persia dijo que nos iba a pagar extra por la peligrosidad de la carga, pero todavía estamos esperando ese extra... Otros muchos portes fueron de África a Asia. Recuerdo la Sudáfrica del apartheid, y llevar fosfatos, azúcar moreno y cereales a India o Bangladesh donde cientos de porteadores venían hasta las mismas bodegas del barco para descargar sacos de cincuenta kilos que yo no sabía ni cómo un ser humano podía cargar tanto, además estando tan flacos los pobres. Un día le dije a Poli, el capitán, que como todo era vasco, «¿por qué no ponemos las cintas automáticas en marcha para descargar?», y él, claro, sabía de qué iba la cosa, y me dijo, «¡calla hostias que les vamos a quitar el pan a todos estos pobres diablos!». Exacto, aquello era su modo de vida... Cada puerto tiene sus cosas, ¿sabes? Al menos así era antes, que había mucho contraste. En Europa, por donde también navegábamos, todo era mucho más controlado. En Liverpool, que es un puerto a donde los mundaqueses y bermeanos hemos ido toda la vida, te entraba la policía con varas metálicas de hasta diez metros para ir pinchando sobre las cargas blandas, «tiqui, tiqui, tiqui...», y ver así por el tacto si pinchaba algo duro y llevabas contrabando, porque ya sabes, el mar siempre se ha prestado a eso, el contrabando.
Marina de rescate en el Mar del Norte
Mar arbolada, un mar con unos vientos fríos horribles y muchos riesgos, pero también mucho trabajo. Fueron los años del «Biscay Star» y el «Biscay Sky», dos barcos de aquí que se metieron al negocio del rescate a barcos y plataformas de gas y petróleo en el Mar del Norte. Teníamos el puerto base en Penzance, Cornualles, pero estábamos todo el rato mar adentro, muy adentro, siempre listos a escuchar la llamada de socorro y salir a toda máquina a rescatarlos, porque ese era el negocio y así era la Ley en el derecho marítimo, el barco que llegaba primero a ejecutarlo se llevaba el importe del rescate. Aunque claro, competíamos contra otros, sobre todo holandeses, y había juego sucio por parte de algunas compañías navieras o de plataformas y las empresas de rescate. Es decir, que tu llegabas el primero, te aproximabas, lanzabas un contrato plastificado con una pistola especial desde la proa a su barco, el capitán o quien fuese responsable en la plataforma te lo firmaba y luego tú ya estabas listo para hacer el rescate y luego cobrarlo. Sin embargo lo que pasaba era que a veces llegabas el primero y el cabrón no te quería firmar, y tu allí con una mala mar de la hostia tratando de lanzarlo con la pistola y el tipo que nada de nada jugándosela esperando que llegase el otro barco. El asunto es lo que te decía, que tenían el apaño hecho con los holandeses o británicos, por ejemplo, y a ti, aunque te tocaba por ley, te jodían. La putada además no era sólo el gasto y esfuerzo de acudir hasta ese punto, sino que si ellos se hundían o les pasaba algo, la culpa es tuya y tu vas a juicio por una supuesta omisión de socorro. Como suele pasar, los holandeses ganaban mucho y trabajaban menos. Yo personalmente me tiraba tres meses en pleno mar y tres en Mundaka, pero acabé cansado, y decidí volver a echar las redes en casa para estar cerca de mi familia.
De nuevo, arrantzale en casa
Más tarde compramos, mi hermano mayor y yo, dos barquitos de artes menores, pero equipados de lujo. Uno rojo y uno azul, la gente los conoce muy bien, y han salido mil veces en cuadros, fotos y televisión durante todos estos años que han estado aquí amarrados. Al mío le puse «Saioa eta Olaia», los nombres de mis hijas, y mi hermano, «Beti Andiño II», en honor al de palangre que tuvo el aita. Con ellos hemos trabajado muy bien muchos años. La pesca no es un oficio de hombre caprichoso, pero ha dado y si quieres esforzarte, sigue dando. Ahora claro, no puedes pretender hacer muchos planes. Si eres un arrantzale serio y un día se te trenzan las mallas al recogerlas, el fin de semana ya lo tienes ocupado en el muelle tejiéndolas y arreglándolas, pues aunque ayuden las mujeres -que sin ellas, no sobra decirlo, jamás habría habido pesca ni hostias- el tiempo de enmendarlas es largo. Luego además está lo peor de todo, la burocracia y cómo mediante ella se ha finiquitado aquí la pesca. Yo entiendo que haya que regular todo, pero lo que no puede ser es que un individuo tenga una barco de diez metros, con un título y permiso de aficionado, sin pagar un duro en impuestos ni cofradía, pueda pescar lo que tú siendo honesto como profesional tienes que pagar todo el rato. Aquí, a la cofradía de Mundaka le quedan cuatro días, y a la de Bermeo, también muy poco. Terminarán desapareciendo como en Elantxobe o Mutriku. Una pena de la hostia.
El pescado
Para mí la pesca es, no sé, una armonía. El viento, el horizonte con su cielo y mar siempre cambiante, llegar a puerto y que los niños y la gente se acerquen, y vean la carga, y te pregunten qué hay hoy y cómo fue el día. Luego las amas de casa iban a la lonja, donde mi mujer vendía, y cago en sos, pescado más fresco imposible y muy económico, desde txitxarros, que no es considerado un pez de lujo pero tiene un sabor muy rico hasta cabrachitos, que a falta de grandes, salen baratos. Eso era especial, una cultura, y aquí ya se ha acabado. Las amas de casa vascas saben de pescado como nadie, no sé como será en unos años, y da dolor porque para nosotros todo esto ha sido nuestra identidad, nuestro modo de vida. Aquí a la mar le hemos sacado de todo, porque hemos sido maestros de la pesca, que es un oficio de gente minuciosa que requiere arte y estrategia. Tienes que acordarte de donde están los sitios donde se juntan por las corrientes, la profundidad o lo que sea. Saber sobre la conducta del animal y demás secretos de la mar. No es llegar al tun-tun, y echar la red como a veces se piensa. Y sí, las máquinas y «sonars» han facilitado todo la hostia, pero no te predicen cómo va actuar un pescado u otro, y eso sí lo sabe el arrantzale en base a muchas generaciones de experiencia. Sacar un espectacular «San Pedro», que en Gipuzkoa llaman «Muxu-Martin», ese pescado se sigue dando aquí al lado, en Anzoras, y es de los más exquisito, o el lenguado, un pez fuerte y vigoroso, que al abrir muy poco las branquias vive hasta un día fuera del agua, como el rodaballo. El besugo hermoso que antes había aquí con todo su sabor y que tanto ha dado que hablar últimamente en los restaurantes raramente se encuentra, y tampoco en Asturias como dicen, ya todos vienen del Estrecho que no está mal pero no es el mismo. O el más resultón que yo pido en los restaurantes, el rape, que a mí me gusta servido tronchado a la plancha con el hueso y todo para ver y sentir como está de fresco, no en lomos, modo por el que no se percibe tan bien su estado. No sé, hay cosas que siguen igual, aunque otras están cambiando. Así es la vida, como la mar, mucho cambio.
Marinero en tierra
A pesar de todo, hay cosas que no han cambiado. Da igual que se hagan nuevos barcos con nuevas tecnologías porque la barra de Mundaka sigue siendo la misma, muy peligrosa. Días como hoy se ve tranquila, es un plato, pero otros, me cago en... Pocos puertos se ven tan duros como este cuando hay olas o galerna y tienes que meter el barco. A mí ahora, salvo algún día que salgo con el bote, con amigos o algo así, me toca verlo desde la atalaya o los Txopos, pero mentiría si dijese que no echo de menos la pesca, el salir, el trabajo en la mar con su kresala. Tanto es así que he seguido pescando varios años pasada la edad de jubilación hasta que se me ha hecho imposible continuar soltando las redes allá, yo solo en el barco. Si hubiese tenido hombres en casa hubiese delegado en ellos mi trabajo, pero las cosas vienen como vienen, y hay que asimilarlo. Veo Izaro, y da, no sé, como una pena profunda, mucha impotencia. Sí, tienes la mar aquí enfrente, pero ya solo queda mirarla.

El exalcalde de Hondarribia fichó por una empresa ligada a Zaldunborda

«Tienen más poder algunos mandos de la Ertzaintza que el propio Departamento»

GARA es segundo en Gipuzkoa y NAIZ sigue creciendo con fuerza

«Goonietarrak», 40 urte: bihotzeko ganbaran gordetako altxorra
