Alberto PRADILLA
PROCESOS SOBERANISTAS EN CATALUNYA Y ESCOCIA

Punto y seguido para la legión de voluntarios

A dos días de la Diada, más de 7.000 voluntarios ultiman los detalles de una «V» histórica. Las diferencias territoriales obligan a los miembros de la ANC a desarrollar a estrategias distintas. Todas comparten la idea de convertir a la sociedad civil en motor del proceso.

Nunca había sido independentista. Había gritado `libertad, amnistía y estatuto de autonomía', me definía como federalista, pero nos tomaron el pelo». Ricard Pons, de 61 años, no para ni un minuto. Atiende al incesante goteo de vecinos desde la sede de la Asse mblea Nacional Catalana (ANC) del distrito de Sants-Montjuic, en Barcelona, mientras explica que fue el proceso estatutario de 2006 el que le llevó a convencerse de que «no había otra salida» que la de crear un Estado. Junto a él, Lluïsa Pahissa, vecina del mismo barrio, donde no hay calle sin estelada en alguno de sus balcones. Afirma no considerarse «independentista» y recuerda que, aunque nunca tuvo «identidad española», «siempre me sentí orgullosa de ser parte de la clase obrera». Para ella, el soberanismo llegó «en los últimos años» como consecuencia de la convicción de no poder «hacer nada social en España, ni siquiera con su izquierda». Llosep Lluis Abad, de 44 años, trabajador en una agencia de viajes, viene de un contexto completamente diferente. Es vecino del barrio de Sant Ildefons, en Cornellá, ese municipio del «cinturón rojo» barcelonés que, como apuntaba recientemente Albert Sánchez Piñol en un artículo de «La Vanguardia», siempre ha sido utilizado por el unionismo contra la consulta, preguntando qué ocurriría si sus vecinos votasen «mayoritariamente en contra» en un referéndum. Sánchez Piñol afirmaba que él, si fuese de Cornellá, «estaría hasta las narices». Abad, activista por la independencia «desde los 14 años», sonríe y recuerda que la localidad ha sido caricaturizada con un «sambenito», pero matiza: «trabajamos duro y hemos logrado victorias mediáticas importantes». En contextos distintos, los tres forman parte de los 7.000 voluntarios que la ANC ha desplegado para que la V de la Diada sea una nueva exhibición soberanista. Esta edición es especial. Con el éxito asegurado, se trata de un punto y seguido en el camino hacia el 9 de noviembre, y confían en la sociedad civil como motor. «Espero que los partidos no nos fallen», resume Pons.

La figura del voluntario es vital en este proceso. No se trata solo de controlar los mil y un detalles que pueden torcerse durante la Diada. También es la difusión del mensaje soberanista. La clave, para Abad, está en las «complicidades». En su caso, en un municipio donde se pueden encontrar reticencias objetivas, explica que no buscan la confrontación directa con los que rechazan el discurso independentista pero sí que intentan seducir al indeciso. Por eso, en determinados lugares ni siquiera sacan la estelada. Pero están presentes en la calle. Con más de 100 afiliados y jugadas maestras como la intervención de Ramoncín en un mitin en Cornellá en 2013, la ANC trabaja allí apoyándose en el tejido asociativo. Ahora, sin embargo, su día a día mira a un calendario agotador: hoy por la mañana, acto frente al Ayuntamiento. Por la tarde, la tradicional marcha de antorchas. Y mañana, la V que unirá la Avenida Diagonal y la Gran Vía. Pese a los mensajes agoreros de la prensa española, Abad promete que se superarán las expectativas. En lo que le toca, confía en las 37 asociaciones que se han sumado a la mesa por el derecho a decidir. Que el mosaico salga perfecto ya es otro debate. «Somos ordenados, pero no nórdicos», bromea, seguro de que las cifras desbordarán la previsión.

«Esto parece una tienda», ironiza Pons entre cajas de camisetas rojas y amarillas. Allí acuden quienes no se aclaran con la aplicación informática y los que buscan una camiseta, de las que ya se han vendido 200.000 en todo el territorio. A su distrito le ha tocado hacerse cargo de nueve tramos, que se completan entre vecinos y manifestantes llegados desde otros puntos del Principat. Por eso, su teléfono no deja de sonar. Solo en la zona hay más de 600 socios de la ANC, aunque el núcleo duro se reduce a medio centenar. Y toca hacer de todo. Él, concretamente, coordina la animación y un lugar especial para aquellos de edad avanzada o con necesidades médicas. «No preguntamos de dónde venimos, sino dónde queremos ir», insiste Pahissa, que destaca el trabajo comunitario entre diferentes sin entrar al detalle partidista. «Hemos priorizado lo que nos une». Un logro que reivindica como base para un proceso que, pese a los previsibles vetos, todos consideran «irreversible».