Sin un conocimiento mínimo de la ciudadanía escocesa ni especiales dotes de adivino, uno no se moja para el 18-S. Los últimos sondeos y movimientos de Londres bien podrían, por ejemplo, ser un truco para acelerar el voto unionista. Pero una cosa sí se intuye, por pura analogía; si en plena recta final de un referéndum vasco, con la gente ya votando por correo, en el mismo día aterrizaran en Euskal Herria al rescate Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y Rosa Díez -como ayer hicieron David Cameron, Ed Miliband y Nick Clegg-, los independentistas podríamos ya cantar victoria. Su sola presencia sería determinante, y ni siquiera haría falta poner en valor otros detalles accesorios pero jugosos: que hubieran suspendido una sesión del Congreso, que realizaran tres mítines distintos, que no tuvieran siquiera una propuesta conjunta, que eludieran la calle...

Los estados en el siglo XXI no se redibujan en base a historias ni banderas, ni siquiera a idiomas, sino sobre todo a partir de voluntades colectivas, de cómo se quiere vivir en el futuro. Cojámosles la palabra a quienes argumentan, frente al derecho a decidir, que los vascos o los escoceses ya votan periódicamente. Efectivamente, votan, y por eso en la Cámara de los Comunes de Westminster conservadores, laboristas y liberales suman 548 de 650 escaños (84%), pero en el Parlamento escocés de Hollyrood son solo 57 de 129 (44%). ¿Qué balanza esperan volcar corriendo a prometer para mañana lo que no dieron ayer ni hoy?

Aquí esta diferencia es aún mayor. Siguiendo con el símil, los PP, PSOE y UPyD que acaparan 300 de 350 asientos del Congreso (86%, casi como en Londres) en el Parlamento de Gasteiz se quedan en 27 de 75 (36%, bastante menos que en Escocia). Falta Nafarroa, lo sé y lo veremos pronto, pero con lo anterior me da ya que a Rajoy, Sánchez y Díez no les salía rentable ni coger el avión.

Dos países que votan tan diferente solo pueden acabar en dos estados. Aunque hablen el mismo idioma. Parece fácil de entender.