Alberto PRADILLA
BARCELONA
ANÁLISIS | PROCESOS SOBERANISTAS

¿Qué habéis hecho en tres años?

Los últimos tres años han registrado imporantes cambios tanto en Catalunya como en el Estado. En el Principat, las consultas populares dieron paso a una reivindicación democrática que busca objetivos concretos. En Madrid, también en ebullición, debería hallarse una vía para apoyarla.

Pero qué habéis hecho en este país en los últimos tres años, cabrones?» Esta es la pregunta, mezcla de admiración y sana envidia, que más he repetido cada vez que me reencontraba con colegas catalanes durante la celebración de la Diada. En verano de 2011 abandoné mi destartalado piso de la calle San Vicenç, en el Raval, para cruzar un Ebro en el que todavía no han crecido los cocodrilos. Curiosidades de la vida, se trata de la misma que acogió al ultra Federico Jiménez Losantos en su periplo por la «Barcelona que fue». Son tres años, solo tres años, pero parece que hayan transcurrido siglos. En el ambiente, tanto en Madrid como en la capital catalana, da la sensación de que un terremono hubiese cambiado las reglas políticas y que exista un mundo por ganar. Es cierto, pero tampoco es flor de un día. El magma estaba allí. Como dice el narrador de «El club de la lucha», «todos lo tenían en la punta de la lengua, nosotros solo le pusimos un nombre». Mientras que en Catalunya se ha expandido una marea soberanista liderada por la sociedad civil, en el Estado crece el hartazgo por un régimen político cuya legitimidad se desvanece. Comprender que, en términos democráticos, un referéndum y aceptar sus resultados, sería positivo para todos los que aspiran al cambio, debería suponer base de entendimiento. Ganamos todos.

Caminando por las abarrotadas calles de Barcelona durante la V, recordé un artículo que escribí a raíz de las consultas populares de 2009. «Si se supera el peligro degenerativo, la posibilidad de desbordar el veto español es real. Será entonces cuando los catalanes tengan que elegir entre el folklore de un desfile de pins, enganchinas, adhesivos y samarretas esteladas, y el hardcore, que será la respuesta española en el caso de que los pasos hacia la independencia sean efectivos». Pues bien, ese proceso, en muchas de las conversaciones, ya se está dando. Por ejemplo, como cuando un colega me dijo el día 10, durante la marcha de antorchas de la izquierda independentista, que uno de los grandes valores que se había extendido es la frase «queremos dejar de ser independentistas». Llevado a un terreno práctico, el lógico «¿y ahora qué?» se plasmaba en diversas charlas sobre cuál es el plan aquí y ahora. Es decir: si no hay consulta, de qué manera se desborda la legalidad española y, en caso de que una mayoría catalana quiera establecer un Estado, cuáles son los pasos para constituirse como tal.

En estos diálogos, nadie se mostraba tan ingenuo como para plantearse que sería tan fácil como enviar a un grupo de Mossos a explicarle al sargento Gutiérrez de la Guardia Civil que su turno en la Junquera ya ha terminado «in saecula saeculorum» y que puede emprender el camino de regreso. Eso, teniendo en cuenta que la Policía autonómica siguiese las órdenes de la mayoría catalana y no las de Madrid. Especulaciones al margen, lo relevante es que la discusión se ubicaba en términos de lo concreto. Y yo, que recuerdo que el independentismo era un planteamiento minoritario hace no tanto tiempo en Catalunya, me admiraba al comprobar la evolución de una sociedad, que ha pasado a convertir la democracia, es decir, el derecho a decidir, en irrenunciable. Especialmente, cuando este proceso también implica un evidente giro a la izquierda, en demasiadas ocasiones obviado al otro lado del Ebro.

Tampoco es cuestión de ser inocente. Los partidos tienen su importancia y sus vicisitudes (ligazones con el corrupto antiguo-régimen-actual incluidas) afectan. No se puede negar que las tensiones entre CiU, ERC, ICV, o CUP, por nombrar quienes se muestran abiertamente a favor del derecho a decidir, marcan. Sin embargo, hay una sociedad civil vigilante. La misma que en 2010 organizaba consultas demostrando que lo razonable era votar y que no podía verse como algo negativo que cualquier persona expresase su opinión a través de una urna. Miremos al trayecto. No hacía falta más que preguntar en Gran Vía o la Diagonal para percibir el grado de indignación ante la posibilidad de que Madrid prohíba el voto. Taparse los ojos y hacer como que no pasa nada no significa que la realidad se desvanezca, como parece que cree Rajoy.

Mientras todo esto ocurría en Catalunya, y me refiero a los últimos tres años, en el Estado también han pasado cosas. El terremoto se plasmó el 25M, con el desplome del bipartidismo español y el intento de PP, PSOE y las élites de readecuar el régimen de 1978. La reivindicación de «más democracia» se ha convertido en base para un movimiento nuevo, todavía inconcreto y con un incierto ciclo electoral por delante. Sin embargo, siguen escuchándose los típicos «sí, pero» que nunca han abandonado al progresismo español. Cómo acompañar y apoyar un proceso que transformará también positivamente su propio Estado es un reto que no les convendría olvidar.

La Diada, en Gasteiz, reúne a todos

Minutos después de la derrota de Alavés frente al Barça B en el campo de Mendizorrotza, justo enfrente, en los salones del Estadio Vital Kutxa, comenzó el acto organizado por el Círculo Catalán con motivo de la Diada. Amenizado por el grupo Arrells de la Terra Ferma, el acto contó con la presencia de representantes institucionales de diferentes fuerzas políticas, entre quienes destacaba, por nutrida, la delegación del PP, encabezada por el presidente de las Juntas Generales, Juan Antonio Zárate. Jamás aparecen en los actos de Aberri Eguna, pero al parecer, la Diada es diferente, teniendo en cuenta la importancia de mantener la buena marcha del «intercambio de órganos» entre comunidades autónomas. Xabier IZAGA