Vista la filmografía de Abel Ferrara faltaba en su listado de intenciones un proyecto dedicado a Pier Paolo Pasolini. En su intento por abordar la última etapa vivida con intensidad por el autor de “Saló o los últimos días de Sodoma”, el neoyorquino ha tendido un puente al que ha recurrido en repetidas ocasiones, las remininiscencias de lo onírico que tan buenos resultados le ha reparado en películas como “Teniente corrupto”.

A través de “Pasolini”, Ferrara invita al espectador a adentrarse en la compleja figura del maestro italiano a través de las emociones que plasma en su última novela. De esta forma, toma de este testimonio escrito varios capítulos existenciales de Pasolini –el amor furtivo, sus terrores, su cuestionamiento político y social– para hacerlos suyos y evitar en la medida de lo posible los clichés habituales del biopic al uso. Willem Dafoe enriquece su galería de personajes extremos metiéndose en la piel del protagonista y logra un mimetismo que se resiente por culpa de sus diálogos y monólogos en inglés. No obstante, la opción elegida por Ferrara para desarrollar este proyecto resulta oportuna, ya que Pasolini convoca a sus «fantasmas» y nos hace partícipes de su propio imaginario mediante el recurso de unas escenas zurcidas con retazos de sus fantasías. Todo ello deriva hacia un final en el que Ferrara traiciona los motivos políticos que determinaron la muerte del cineasta italiano y opta por la vía menos complicada.