«Retour à Ithaque» Cuando la terraza se transforma en púlpito
Dicen que el fútbol es un estado de ánimo. Lo mismo podría ser aplicado a una disciplina tan cargada de emociones como es el cine y, por ese motivo, no puedo ocultar el evidente malestar que me ha generado la última producción de Laurent Cantet. Hacía tiempo que no sentía tan mala hostia tras visionar una película y por culpa de un presunto filme –¿teatro filmado?– en el que se pretende tildar al espectador de estúpido con la ayuda de una evidente maniobra maniqueístico-fílmica como hacía tiempo no había visto. Probablemente, si el discurso que Cantet utiliza hubiera sido a la inversa y en su misma proporción, los silbidos y pataleos todavía retumbarían y yo me uniría a la fiesta. Cada cual puede criticar la política desarrollada en Cuba por Fidel Castro y sus demonios comunistas –nadie se acuerda del dictador Batista porque al parecer todo el mundo era libre y feliz en aquellos días de ron y casinos–, pero resulta abominable querer pontificar sobre un gobierno, su política, cultura y aspectos sociales desde las alturas de una maravillosa terraza habanera tal y como lo plantea el autor, que mostró los males del sistema capitalista en películas como “Recursos humanos” y “El empleo del tiempo”. En manos de Cantet, Ítaca se convierte en un púlpito desde el cual un grupo de amigos sermonea al espectador con lecturas interesadas y torpemente subrayadas, que más parecen evangelios regados en ron y desencanto firmados por Cabrera Infante, Vargas Llosa y el resto de profetas que rezan plegarias mirando a Miami. ¿Y de la película qué? Pido disculpas, hoy solo hablo de un estado de ánimo.

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