Las cajas de cartón cobran vida en las alcantarillas

La tercera producción del estudio de animación Laika mantiene la calidad e imaginación de sus anteriores «Los mundos de Coraline» y «El alucinante mundo de Norman», suponiendo un avance en el aspecto técnico relativo a la expresividad facial obtenida mediante la laboriosa modalidad stop-motion, hasta el punto de que las caras de los muñecos de plastilina parecen humanas. De esta manera el tradicional foto a foto se alía con los programas infográficos de última generación para crear una ilusión de gran profundidad visual, lo que se puede observar en la escenografía de las maquetas a escala y la movilidad que adquieren en ellas los personajes.
El diseño artístico de «Los Boxtrolls» es una maravilla, con esos decorados surrealistas que dan lugar a un universo diferente que los creadores de la película han definido como postvictoriano. De una ambientación así puede surgir un villano tan dickesiano como el exterminador Archibald Snatcher, que en la versión original cuenta con la voz de Ben Kingsley. También encaja con el aire de cuento de Roald Dhal, e incluso con el humor enloquecido a lo Terry Gilliam.
Y «Los Boxtrolls» no es una obra maestra del género, pese a su prodigioso acabado visual, por culpa de un guion muy esquemático que se limita al enfrentamiento entre el nivel inferior y superior de la villa de Cheesbridge, con lo que la acción se supedita a la persecución a la que son sometidos los seres de las alcantarillas por parte de los humanos. El posible perfil inquietante de esas criaturas subterráneas pronto se disipa, en cuanto queda claro que no son los monstruos que pregonan las autoridades, sino bondadosos e inofensivos recicladores de basura que salen timidamente por las noches de sus escondites. La prueba es que criaron con amor al niño abandonado que recogieron, y al que llamaron Eggs al colocarle una caja de huevos como protección.
Este protagonista infantil hace las veces de introductor en la peculiar fisonomía acartonada de los boxtrolls y su hábitat bajo el suelo, al haber crecido al margen de los mercaderes de queso.

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