EDITORIALA
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No sirve de nada

Aquellos que no quieren que nada cambie, siempre dicen que nada sirve de nada. No sirve de nada manifestarse por los derechos, no sirve de nada resistir ante la opresión, no sirve de nada desobedecer leyes injustas, no sirve de nada reivindicar la libertad, no sirve de nada luchar por la igualdad, no sirve de nada unirse para lograr objetivos comunes... ¡ni votar sirve de nada! A los privilegiados les acompañan en ese dogma los desengañados, los cínicos y los apáticos, los que por diferentes razones creen que nada puede cambiar, les guste o no. Desde la más pequeña acción de protesta hasta la más ambiciosa propuesta de cambio, todo les parece inútil, hasta el punto de ridiculizarlo. A menudo apelan al miedo, al confort o, simple y llanamente, a sus privilegios para justificar el estado de las cosas y la supuesta imposibilidad de cambiarlas.

El pueblo catalán está dando una lección frente al fatalismo. Les han dicho que nada de lo que hiciesen serviría de nada, que solo les generaría frustración, que debían desistir. Se lo decían los privilegiados, los que tienen garantizados sus derechos políticos en este modelo de Estado, los ciudadanos de pleno derecho que no aceptan que el resto no se sienta español o, sencillamente, se sienta catalán, vasco o gallego. Se lo decían los cínicos, los que dicen que este Estado no es como a ellos les gustaría, que los mandatarios españoles no tienen ni voluntad de acuerdo ni de respetar la voluntad de los pueblos, pero siguen poniendo la carga de la prueba sobre los catalanes, acusando por ejemplo a la consulta de ayer de no tener garantías jurídicas, las mismas que ellos se han negado a acordar. Y se lo decían los desengañados, los indolentes, los resignados: no sirve de nada.

Mientras, los líderes catalanes -impresionante la imagen del abrazo de David Fernández y Artur Mas, o la de Oriol Junqueras de voluntario- han cumplido con sus representados. La sociedad civil les ha impulsado hasta aquí. Juntos han desobedecido el veto español, juntos han acatado y garantizado el mandato popular. La ciudadanía catalana, ilusionada y serena, ha ido en masa a votar . Hoy más que ayer y menos que mañana, Catalunya es una nación y los catalanes tiene derecho a decidir su futuro. Y negarlo, eso sí, no sirve de nada.