Alberto PRADILLA
Kazetaria
Crisis en UPN a medio año de las elecciones

Día para el brindis y un pedazo de tarta

Si algo ha caracterizado la trayectoria de Yolanda Barcina en sus tres lustros en la cúspide del poder navarro ha sido su política de tierra quemada. Una idea, la de mandar única y exclusivamente para los suyos que, unida a su egocentrismo, ha terminado por finiquitar su carrera. Su incapacidad para dialogar, incluso con la parroquia más próxima (véase PSN y PP), la dejó aislada, ensismismada, convertida en una presidenta incapaz de gestionar nada y lastrada por una corrupción de la que no es la única responsable. En definitiva, un problema para las élites imperecederas, a las que tampoco les importan demasiado las caras siempre y cuando el estado de las cosas no cambie.

Su adiós por sorpresa, por ahora sin explicación, suena al sacrificio del peón en un contexto de acorralamiento. Aunque, vista su trayectoria, mejor hablar de la reina. Porque, pese a los tres últimos años de soledad, escándalos y degradación institucional en Nafarroa, no olvidemos que, hasta hace no tanto, Barcina era la lideresa sin rival en las urnas, encantadísima de haberse conocido, siempre dispuesta a dar la cara en una buena inauguración mientras que perseguía sin piedad a quien no pensaba como ella. Su fin llega en un momento en el que, de tanto mirarse al espejo, terminó creyéndose Cenicienta y rompió con las matemáticas que Miguel Sanz tanto defendía y que son las únicas que podían garantizar su puesto.

En un momento de reposicionamiento, también habrá que levantar una copa. No por ella, por supuesto, sino por todos los que, en los momentos más complicados, siguieron plantándole cara. No nos olvidamos de su «década ominosa» en el Ayuntamiento de Iruñea, donde su despotismo iletrado quiso arrasar los mínimos consensos de convivencia de nuestra pequeña Belfast. Nada era sagrado para la alcaldesa que se creyó monarca absoluta. Las txosnas en 1999; la Plaza del Castillo, con ruinas romanas perdidas para siempre en el vertedero, en 2001; el Euskal Jai y el permanente estado de sitio en Alde Zaharra en 2004... Y un modus operandi habitual: el hostigamiento a las fiestas populares y barrios, los favores al Corte Inglés, las obras faraónicas, el saqueo de la CAN, del que por ahora se ha librado en los tribunales, la contumaz persecución contra el euskara... Hoy es día de brindis y un pedazo de tarta. Mañana, a trabajar, que la caída del régimen está cerca.