Nagore BELASTEGI DONOSTIA

Testimonios de las víctimas, por el derecho de todas ellas a la verdad

Las víctimas coinciden, lo que buscan es la verdad, la justicia y el reconocimiento. Entienden el dolor ajeno e instan a que el resto de la sociedad también lo entienda. Ayer, dos víctimas de ETA y una del GAL pusieron voz a su sufrimiento relatando sus testimonios, diferentes, pero con los mismo sentimientos.

La segunda de las jornadas «Paz, convivencia y reconciliación» celebradas en el Ayuntamiento donostiarra fue mucho más intensa que la primera, a la que acudieron los dinamizadores de la iniciativa Glencree que pone en contacto a las víctimas de diferentes índole.

Ayer, el Salón de Plenos estaba lleno de gente interesada en escuchar a las propias víctimas que quieren hacer llegar su sufrimiento a la ciudadanía, sin importar su ideología. Buscan la verdad, la justicia y el reconocimiento, todas por igual.

En representación de las víctimas acudieron a la jornada Iñaki García Arrizabalaga, hijo de Juan Manuel García Cordero, delegado de Telefónica en Gipuzkoa fallecido a manos de los Comandos Autónomos Anticapitalistas en 1980; Pili Zabala, hermana de Joxi Zabala, secuestrado por el GAL, torturado y enterrado en cal viva junto a su amigo Joxean Lasa en 1983; y José Miguel Gómez, hermano del sicólogo de la cárcel de Martutene y miembro del sindicado ELA Javier Gómez, muerto por un atentado de ETA en 1997. Los tres contaron su experiencia.

Iñaki García Arrizabalaga, hijo de Juan Manuel García Cordero: «Me duele cuando asociaciones de víctimas le niegan el derecho a la verdad a otras»

«El 23 de octubre de 1980 mi padre se dirigía a trabajar. Llovía y me dijo si me acercaba a la universidad en coche. Yo le dije que no, que la bici también es para los días de lluvia. Estando en clase mi hermano mayor vino y me dijo que mi padre no había llegado a casa. Recibimos una llamada reivindicando que su cuerpo estaba en el monte Ulia. Lo habían secuestrado cuando salía de casa, lo interrogaron y Eugenio Barrutiabengoa Zabarte, de 22 años, fue capaz de asesinarlo a sangre fría. Eso cambió mi vida. Fui cayendo en una espiral de ganas de venganza. Si había un enfrentamiento entre ETA y la policía y morían dos, yo decía «caramba, por qué no habrán sido tres». Este hecho lo distorsionaba todo; si a mí en esa época me presentaban a alguien le preguntaba qué opinaba de aquello. Pero con el Erasmus salí fuera y tuve oportunidad de reflexionar. Me di cuenta de que habían asesinado a mi padre y me estaban arruinando a mí. No quería eso para mi futuro. (...) Las víctimas queremos verdad, justicia y memoria. Quieres saber qué pasó y quién lo hizo. Creo que el derecho a la verdad es uno que todas las víctimas tendrían que tener. Me duele cuando asociaciones de víctimas le niegan el derecho a otras. Hay que reconocer que la familia de Pili Zabala y de José Miguel Gómez han sufrido igual que la mía. Yo no tengo que reconciliarme con Pili Zabala; quienes mataron a su hermano no me representan, ni quienes mataron a mi padre le representan a ella».

Pili Zabala, hermana de Joxi Zabala: «A nadie le importaba lo que podríamos estar sufriendo»

«Mi hermano estaba refugiado en Iparralde hacía dos años e íbamos a visitarle los fines de semana. El 16 de octubre de 1983 nos contaron que llevaban dos noches sin aparecer. Cuatro días después intentan secuestrar a Larretxea. El 19 de diciembre aparecen las siglas GAL, hasta entonces no habíamos oído hablar del terrorismo de Estado. Mataron a Kattu y Txapela, amigos de mi hermano. Esta serie de sucesos se llevaron con mucho dolor. (...) La desaparición forzada es para mí el delito más duro. En nuestra casa ya se sabía que en el cuartel de Intxaurrondo, el PSOE, estaba detrás de estos delitos, pero ¿qué podíamos hacer? ¿de qué servía que hubiera manifestaciones gritando «Gora ETA militarra», «Joxean eta Joxi askatu!»? En mi casa no entró una sola carta de condolencia. ¿Qué podíamos hacer, ir al Ayuntamiento a tirar piedras? La esperanza se va perdiendo, no sabes si va a volver y no se puede hacer un duelo, que es importante para despedirse. Yo tenía quince años cuando pasó y tuve muy claro de que la política no era el camino, por lo menos en aquel momento. Tuvimos la suerte de no vivir en el odio. Tuvimos el apoyo de la izquierda abertzale, es verdad, pero no hubo un apoyo institucional oficial. A nadie le importaba lo que podríamos estar sufriendo. (...) Por fin recibimos la llamada de la Audiencia Nacional diciendo que habían aparecido dos cadáveres en Alicante. Fuimos allí y vimos lo escarpado que era el lugar. Tuvieron que hacer los últimos metros andando, a pesar de su deterioro físico tras meses de tortura. ¿Cómo se puede ser tan inhumano? Después de años al ver los restos te tranquilizas porque se va a poder saber lo que se les hizo. Y se va a intentar desenmascarar al terrorismo de Estado. (...) Cuando dicen que la IA tiene que hacer autocrítica yo le pido lo mismo al PSOE. Hay gente de buena voluntad contaminada que se tiene que desvincular de lo que sus antecesores hicieron».

José Miguel Gómez, hermano de Francisco Javier Gómez: «Una perversión de la violencia es que cosifica a las personas; la otra, la justificación»

«Primero de todo, quiero aplaudir la valentía del Ayuntamiento por organizar estas charlas. Ya es hora de que la izquierda abertzale dé pasos. Llevamos mucho esperando este momento. Mi hermano murió por un tiro en la nuca cuando tenía 37 años. Era sicólogo de Instituciones Penitenciarias y afiliado a ELA. Era partidario de las conversaciones con ETA y del acercamiento de los presos. (...) Yo tenía 42 años cuando sucedió, para mí el impacto fue distinto, mi carga ideológica me ayudó a racionalizar algo que era irracional. Tuve una fase de rabia contenida muy fuerte pero hay que mantener el tipo. Los que trabajaban con mi hermano me ayudaron, me dijeron que tenía que sacarlo y aprender a vivir con ello. Mi ama tardó nueve años en entender que lo habían matado. Utilizaba expresiones como «se ha ido» o «Dios se lo ha llevado». A los cuatro o cinco días de la detención de quien lo hizo fue ingresado en el hospital. Mi ama se enteró y dijo «este país no hay quien lo solucione, entre los que matan y los que pegan». (...) La violencia corrompe muchas cosas pero una de las grandes perversiones es que se cosifica a las personas, y la otra es la justificación. Todos los actos tenía una justificación, pero, ¿ha merecido la pena? ¿Recuerdan ustedes aquello de «algo habrá hecho»? (...) Hemos sido muy ciegos con el sufrimiento ajeno. Sensibilizar a nuestros jóvenes en contra de la violencia es una cuenta pendiente».