Ya se sabe que el cineasta inglés James Marsh no domina la ficción con la misma maestría que el documental, género en el que es un consumado especialista. Pero si le encargan películas argumentales es debido a su oscarizado prestigio de documentalista, aunque para el espectador suponga cierta esquizofrenia, porque el realismo del que hace gala en los documentales se pierde en proyectos tan de productor como «La teoría del todo», hechos a conciencia para optar a los premios anuales.

«La teoría del todo» desconcierta además porque no es un biopic en toda regla sobre Stephen Hawking, tal como cabría esperar, sino una crónica de su vida sentimental junto a Jane Wilde, que por algo es la autora del libro biográfico en que se basa la película, y que ha sido adaptado por el guionista Anthony McCarten, también responsable de la producción junto a Tim Bevan y Eric Fellner.

En el fondo la verdadera heroina de la historia es ella, porque se viene a decir que sin su ayuda el mundo habría perdido a uno de sus mayores genios. Cuando le es diagnosticada la enfermedad defenerativa del ELA a Stephen Hawking, es Jane quien le ayuda a superar no solo los dos años de vida que le quedaban, según los médicos, sino una posterior carrera completa en consonancia con sus precoces logros universitarios.

En consecuencia la actriz Felicity Jones debería ser la figura estelar de «La teoría del todo», pero le falta carisma para ello, hasta el punto de que el protagonismo absoluto acaba recayendo en su compañero de reparto Eddie Redmayne.

Su actuación le ha valido al joven Eddie Redmayne un Globo de Oro, y huele a Oscar porque se ajusta a los gustos de los viejos académicos de Hollywood. Es un tipo de caracterización muy oscarizable, calcada a la que en su día consagró a Daniel Day Lewis por «Mi pie izquierdo».

Las limitaciones físicas y en el habla del personaje, postrado en una silla y con un comunicador de voz, obligan al actor a expresarlo todo con una forzada contorsión gestual y, sobre todo, a través de la intensidad de la mirada. De esta forma compone estados naturales de la persona como la alegría, por más que sus sonrisas se parezcan inevitablemente a una mueca. «La teoría del todo» es exitosa, pero muy incompleta en su retrato del famoso astrofísico.