Mikel CHAMIZO DONOSTIA

Tras las huellas de Usandizaga

Coincidiendo con el centenario de su fallecimiento, la Orquesta Sinfónica de Euskadi recupera estos días la ópera «La llama» de José María Usandizaga, que no se había representado en más de 80 años. A pesar de ser un apellido popular en Donostia y dar su nombre a una calle y a un colegio, el recuerdo de Usandizaga se ha ido diluyendo entre los donostiarras, que cien años atrás lo adoraron como su compositor más importante.

Nos remontamos al 24 de septiembre de 1916, un año después de la muerte de José María Usandizaga (1887-1915). Ese día, en la Plaza Gipuzkoa de Donostia, se descubría el busto del compositor que el Orfeón Donostiarra había encargado al escultor Josep Llimona, figura referencial del modernismo catalán.

Nada más caer la tela que ocultaba el busto, sin embargo, se desató la polémica. El Usandizaga que había tallado Llimona era un hombre regio, atlético, de hombros y cuellos imponentes y una profética mirada perdida en el horizonte. Llimona había hecho lo que se esperaba de los retratistas: que mejorara ligeramente la realidad física del retratado. Pero los donostiarras no reconocieron en absoluto al niño que había crecido entre ellos, en la calle Garibai; que había participado tan activamente en la vida musical y social de la ciudad; y que, en los últimos años de su vida, les había enorgullecido tanto con su éxito en Madrid. El busto de Usandizaga, uno de los principales monumentos de la Plaza de Gipuzkoa, fue recibido a gritos de «¡ese de ahí no es Jose Mari!».

María Lejárraga, quien fuera libretista de Usandizaga en «Las golondrinas» y en «La llama», rememoraba en 1969, desde su exilio argentino, la fuerte impresión que le causó el músico donostiarra en su primer encuentro. «Cuando le encontramos tenía veinticuatro años, pero representaba mucho menos edad. Era pequeño, desmedrado, enfermizo, cojeaba levemente. Había vivido aislado del mundo como dentro de un fanal hecho de cariño y admiración porque la familia, contra lo que acostumbra suceder, se había dado cuenta inmediatamente de la llama genial que ardía dentro de su carne enferma».

Marcado por la tuberculosis

Usandizaga comenzó su historial de problemas médicos desde muy niño, cuando, haciendo equilibrios sobre un tronco de leña, se cayó y se rompió la cadera. Le quedaron secuelas que no impidieron que Usandizaga fuera un niño vivo y travieso, pero sobre todo apasionado por tocar el piano. Tuvo una infancia delicada pero alegre, aún no lastrada por la tuberculosis que iría minando su salud poco a poco, hasta hacerle fallecer con solo 28 años. Se desconoce en qué momento pudo contraer la enfermedad, pero ya le causó serios problemas físicos durante sus estudios en París. Un insoportable dolor en las manos le hicieron abandonar sus estudios de piano, y fue en ese momento, al verse frustrada su aspiración como concertista, cuando Usandizaga se decantó por la composición.

Usandizaga estudió en la Schola Cantorum de París entre 1901 y 1905, y de aquella época y lugar proceden sus primeras composiciones importantes, como la «Obertura sinfónica sobre un tema de canto llano» o el «Cuarteto de cuerdas» sobre temas populares vascos. Con 18 años regresaría a Donostia, para tocar el órgano en San Vicente y Santa María, mantener una intensa relación con el Orfeón Donostiarra y participar activamente en la vida musical y social de la ciudad. En esos años ganó asimismo varios premios en las fiestas populares de pueblos como Elgoibar, Eibar o Hernani, con obras para banda o coro de marcado carácter vasco. Una profundización en la música popular de la que emergería su primera obra maestra: la ópera «Mendi-Mendiyan».

La Revista Bascongada recogía la crónica del estreno de «Mendi-Mendiyan» en 1910: «Esta noche se estrenó en el teatro de Arriaga la ópera vascongada Mendi-Mendiyan, original la letra del Sr. Power y la música del joven compositor guipuzcoano D. José María Usandizaga. Mucho público se quedó en la calle por haberse agotado las localidades. La función estaba anunciada para las nueve de la noche, pero pasó esa hora y el espectáculo no dio principio por no haberse recibido a tiempo el decorado». La opinión del crítico era contundente: «Ha sido un éxito estupendo, colosal».

Con «Mendi-Mendiyan» Usandizaga, gracias a su talento innato para la acción dramática, logró encarrillar los intentos, que ya existían de establecer un teatro lírico nacional vasco. Según Santiago Gorostiza, «`Mendi Mendiyan' supone el intento de crear para el teatro un estilo genuinamente vasco, inspirado en motivos del folklore popular, abundante en cantos y danzas apropiados para la representación escénica de la vida vasca». Llegarían luego otras óperas importantes, sobre todo del gran amigo de Usandizaga, Jesús Guridi, pero «Mendi-Mendiyan» (que se podrá escuchar este verano en la Quincena Musical) sentó las bases para todo un desarrollo posterior de la música vasca.

De «Mendi-Mendiyan» al teatro

Tras «Mendi-Mendiyan» Usandizaga siguió escribiendo piezas magníficas, como «Los Reyes Magos» o «Hasshan y Melilah», pero el teatro ya había conquistado su corazón y en 1912 comenzó a trabajar en la zarzuela «Las golondrinas». Una creación enorme, ambiciosa, rabiosamente moderna, que no encajaba del todo bien en el circuito de un género que se movía 20 años por detrás de las innovaciones musicales europeas. Aún así, su enorme calidad musical y teatral le permitió salir triunfante de su estreno el 5 de febrero de 1914 en el Teatro Circo Price de Madrid, y Usandizaga fue saludado como una de las grandes esperanzas de la música española. Su conciudadano, Pablo Sorozábal, lo definió como «un vendaval que barría la hojarasca que cubría los buenos caminos del arte lírico marcados por Chapí».

Por desgracia, la salud de Usandizaga iba ya cuesta abajo. Pronto los empresarios teatrales de Madrid comenzaron a acosarle para que produjera una nueva obra y Usandizaga se retiró a un caserío de Igantzi para concentrarse en la que sería su nueva ópera, una fantasía oriental titulada «La llama». Logró la proeza de finalizarla en un año, componiendo en la cama debido a sus fuerzas cada vez más escasas. Pero en octubre de 1915, con la tinta de «La llama» aún fresca, fallecería en su casa de Donostia. Desolados por la desaparición de su músico más prometedor, los donostiarras le brindaron una despedida multitudinaria.

El resurgir de «La llama»

Hace tres años, y con la perspectiva del centenario de la muerte de José María Usandizaga, la Orquesta Sinfónica de Euskadi decidió trabajar en la recuperación de «La llama», la última creación del compositor, que se estrenó póstumamente en el Teatro Victoria Eugenia de Donostia el 30 de enero de 1918. La ópera fue aclamada por toda la crítica, incluida la de Madrid, que se desplazó para lo que supuso todo un acontecimiento musical, pero solo volvió a representarse en Madrid unos meses después y en Barcelona en 1932, permaneciendo dormida durante más de 80 años. La labor de recuperación de «La llama» le ha sido encomendada a Juanjo Ocón, que dirigirá también las cinco representaciones en Gasteiz, Bilbo, Donostia e Iruñea hasta el día 24. Para la revisión, Ocón ha acudido directamente al manuscrito. «En él he encontrado pequeños problemas de la partitura original», explica, «que gracias a las nuevas tecnologías he podido corregir, facilitando así enormemente la preparación de la obra, lo que permite su inclusión en la programación de cualquier auditorio». El elenco que resucitará «La llama» es casi enteramente vasco, con las voces de Sabina Puértolas, Mikeldi Atxalandabaso, Damián Castillo, Miren Urbieta y Elena Barbé en los roles principales y la participación de la Coral Andra Mari en las coloristas páginas corales de esta intensa ópera que narra el amor entre dos jóvenes apresados por el Sultán de Turquía. M.C.