Fallas
Arte efímero. Como la vida. Como la sonrisa. Como la ola, el viento, la poesía visual o el hecho teatral, el baile al suelto o las coreografías de raíz tradicional o de arte contemporáneo. Las fallas son obras de arte hechas en papel especial, madera bulliciosa y pintura ardiente que viene a ser una manifestación política popular que, además de crear una opinión, de conducir una protesta, es una industria cultural importante.
Mañana arderán, se convertirán en pasado, sus llamas nos anunciarán la entrada de la primavera y empezarán los falleros a pensar en las del año próximo. Es un ciclo vital, artístico, artesanal que nació en la necesidad de cachondeo y que se ha intentado domesticar a base de subvenciones y premios, pero que siempre mantiene la virtud de ser la crónica de un tiempo. Es un noticiario en tres dimensiones creado desde la iniciativa privada, a base de sugerencias y ambiciosas prestaciones de ingenio. Una suerte de asamblea popular de artistas, guionistas y artesanos que ocupan el espacio urbano para transformarlo de manera total.
Uno piensa que el auténtico arte es fallero, en el sentido de popular, con tintes populistas, chocarrero, cercano, pero representativo, que logra complicidades mayoritarias, que sirve para retratar actitudes del poder denunciables, que revierte el orden institucional de manera temporal. Es una suerte de carnaval estático, plástico, que crea un lenguaje entre el cómic y la pintura rupestre moderna. Alrededor se puede bailar como los indígenas americanos o beber como los fenicios reconvertidos en funcionarios culturales, pero siempre, el fuego nos da la solución, el mensaje: todo acaba.

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